martes, 28 de septiembre de 2010

Tareas de otoño

Bien está lo de los paseos, las lecturas y las risas con los amigos del castillo, Martina y Pedro, pero el otoño está ya oficialmente aquí y hace falta mover el culo, con perdón, o se acumulan los trabajos y se te echa encima el invierno. Tempus fugit que es un gusto.
Campesina, de Van Gogh
Con que aquí me tenéis, rastrillo en mano enguantada, que ya he escarmentado con los callos, las desgarraduras, los cortes y pinchazos, la suciedad y el despelleje y ahora siempre me acuerdo de colocarme unos buenos guantes. He barrido hojas que ya empiezan a caer, recogido los montones de ramas secas que había acumulado hace un par de días en el jardín, regado los rododendros que, siento decirlo, no creo que se salven finalmente, y apartado algunos bulbos, sobre todo narcisos, para la primavera.

Waldo, limpiando un hueso de cocido.

Un viaje que otro a las cepas de moscatel que están casi a punto, aunque aún hay muchos racimos verdes. Peras de varias clases, manzanas verde doncella, goldenestarky, además de unas que no sé cómo se llaman, pero que, creo, se usan para hacer sidra. ¿Alguien sabe? Para no hablar de los higos. Cada mañana, me desayuno unos cuantos, tomados directamente de la higuera que queda junto al tendedero. Resultan deliciosos en ayunas y al tibio sol de las nueve.

No he hecho fotos. Mal hecho, ya lo sé. Pero ya las haré. Tenía que contaros esto, eso es todo. Niebla ( a la que conoceis de la entrada anterior) y Wualdo, al que os presento en ésta, me acompañan en el trabajo otoñal, esperando que se me deslice alguno de los canapés de paté de cerdo ibérico que les doy de vez en cuando. Se ve que les gusta bastante el cerdo ibérico. Son unos finolis.
Y me voy a la cama que ya va siendo hora.
A seguir bien.

martes, 21 de septiembre de 2010

Paseo de otoño

Llueve a mares; no ha parado en varias horas.
He salido a pasear por entre las viñas, terreno pedregoso, difícil de pisar, pero rodeado de espacios de misterio, oscurecidos por las negras encinas y los enhebros. Al pasar ante Niebla, la perra de Sergi, mi vecino, que estaba atada con cara de aburrirse lo indecible, la he soltado con la condición de que me acompañara y no se fuera por la carretera alocadamente. Niebla es escapista como buena alaska. Una perra blanca, de ojos verdes, que muta el pelo hacia hilos tostados cuando cambia la estación del año hacia el frío. En ello está ahora.
Con que salimos juntas y así volvímos, antes de la cuenta porque las nubes grises empezaron a gastar bromitas a la media hora de excursión. Primero, solamente unas gotas, un calabobos inocente. Luego, el estruendo de un trueno, y otro y otro. Las montañas de Prades y los montes de Poblet se encargan de amplificar el sonido encabalgándolo, creando un rosario de truenos como de espejos sonoros enfrentados, casi infinitos.
Niebla desaparecía cada dos por tres en el paseo. Pasaba fugaz, fantasmal por entre las hileras de vides y se esfumaba tras los matorrales de rosas silvestres y retamas. La seguí en una ocasión y me desveló un sendero con huellas recientes de jabalíes. La tierra está aún blanda de la última lluvia de hace unos días. El sendero zigzagueante y escarpado, estrecho y cuajado de encinas bajas y enhebros pinchudos, me obligó a caminar como por debajo de horcas caudinas (gracias, Pilar) durante un buen trecho. Como no me fío de los cazadores y comoquiera que escuché tiros bien cerca de casa ayer, domingo, me puse a silbar cancioncillas campestres para prevenir un susto. En mi postura agachada, bien podrían confundirme con un jabalí esos bárbaros que por matar, tirarían a su madre si volara. Caso de que estuvieran cazando perdices, digo.
Nada de eso pasó. Niebla iba apareciendo y desapareciendo hasta que los truenos y el plomo del cielo y el agua que iba animándose a caer más fuerte nos obligó a regresar.
¡Qué agradable entrar en casa cuando afuera llueve y está desapacible! Niebla se ganó un canapé de paté de canard, del que dio cuenta en menos de medio minuto. Yo me licué unas cuantas uvas rosaki, dulces y deliciosas.
Fuera, la niebla se cernía entre los chopos y tapaba totalmente los cedros del camino del bosque. Un buen momento para arrebujarse en el sofá y terminar de leer el periódico.


martes, 14 de septiembre de 2010

Un mundo infeliz

Leo en el periódico que hay 230 millones de personas en paro en el mundo. No sé de dónde habrán sacado esa cifra, cómo saben ese número exacto, si cuentan o no cuentan a los que llevan en paro toda la vida porque viven en países donde el trabajo no cuenta. O no existe. O no es remunerado. Las mujeres, sobre todo, algo saben de eso.
Leo en mi blog preferido que la universidad de Puerto Rico ha suprimido las clases que tenía de estudios de género, o sea sobre las mujeres y las peculiaridades que plantea esa "condición". Parece que haya alguna relación entre una y otra noticia, ¿no es así? En fin, se trata de los graves problemas que están acuciando a la gente, sean del sexo que sean. O del género.
Asumimos, a estas alturas, que el sistema socialista ha fracasado y lo representamos muy gráficamente con el derrumbamiento del muro de Berlín. En eso parece que todo el mundo está de acuerdo. Sin embargo, ante el fracaso estrepitoso del sistema capitalista todos prefieren hablar de abuso de codiciosos, descuido de gobernantes, corrupción y tal y cual. Quizás porque la representación gráfica del fracaso del capitalismo no es un muro enorme que se cae a trozos sino millones de personas que se empobrecen progresivamente, que pasan hambre y ven peligrar sus casas, cuando ya creían que las tendrían para siempre. Clases medias que desaparecen para dejar paso a la marginación y la carencia. Niños sin techo, padres sin sueldo, dolor, llanto. ¿Cómo representar gráficamente eso? ¿Cómo denunciar a gritos el estrepitoso fracaso del sistema capitalista? Cuando la tecnología y la inmediatez de comunicaciones nos ha hecho creernos casi dioses, nadie va a prestar atención a una loca vociferante.
Si falta el pan faltará con mayor razón el conocimiento y, más aún, la cultura, según lo que aprendimos en la pirámide invertida de necesidades. No ha fracasado el capitalismo, dice; es que unos sucios avariciosos quieren ganar dinero a toda costa sin pararse a pensar cuánto podrá caber en sus tumbas. Nos hemos apuntado todos al modo de vida anglosajón y ahora nadie quiere comulgar con su triste religión: make money not love.
Y, sin embargo, el fracaso del sistema capitalista se ve y se palpa. Ya no puede esconderse más. Sí que vamos bien.