miércoles, 27 de octubre de 2010

Los amigos y el sabor de las galletas



Avanza el otoño imperturbable, acompañado estos días de un fuerte viento que baja la temperatura y reemplaza por todas partes en pocas horas las hojas recogidas y quemadas la semana pasada. Lo bueno es que recoger hojas me gusta y me hace disfrutar del sol en la fría mañana de octubre. He pensado, mientras rastrillaba el suelo húmedo y perfumado, en una reciente visita de mis amigos de cuando entonces. Y se me han agolpado imágenes de aulas y pasillos de la facultad de Ciencias de la Información, hace treinta años, antes de que abandonáramos el campus de la Complutense.

Suenan campanillas, baila el rosal en el jardín, ladran alegres los perros, allá y aquí, tralará, tralaríííí.
Sonará a "moño" -como se dice ahora de lo sentimentaloide- pero aseguro que ha sido emocionante, aunque no tanto como para llorar en plan Desatinos al dejar la cartera ministerial. Carmelo, que fuera corresponsal en Washington para la 1, Adolfo, director de una prestigiosa revista médica, Pilar gran jefa de un alto organismo oficial de muchas páginas, José María, productor de lo mejor que se ha hecho en TVE (y algo de lo peor, probablemente, también), Cruz, supremo de economía en tierras de Oriente, grupo al que se unió Carmona para darle la sal andaluza que siempre es menester cuando se administra bien, como hace ella.
No es que no nos hayamos visto alguna vez en los madriles por el empeño de alguno para dar buena cuenta de platos merecedores de nuestro apetito, no. Pero es que el molino nos ha acogido a todos, en su seno, acunado en sus camitas, cobijado con su calor y premiado con sus despertares de bruma y sol, de agua y rosas (el vino ya nos lo pimplamos por la noche). Hacía mucho, mucho tiempo que no estábamos juntos tanto rato, discutiendo de qué escritor es digo de llevar tal nombre o de qué famoso artista dejó de serlo cuando dejó asomar su bigotillo facineroso. A qué director de periódico habría que pasar por las armas (bueno, a tanto no llegó la cosa, pero casi) y a qué periodista valía la pena llamar así. Manu Leguineche se salvó de la quema, hay que decirlo cuanto antes. Pero, pocos más.

¡Cuánto tiempo sin estas acaloradas discusiones que me retrotrajeron a mi casi adolescencia! Qué melancólico sentimiento de combate dialéctico. Hasta Marx y Freud dieron con sus barbas en el coso, donde evolucionaron en un par de pases brillantes por parte del silencioso Cruz, más hijo pródigo que el resto, más remiso al viaje al que al fin sucumbió con buen pie.

Se atropellan las conversaciones -por llamar así a la competición ruidosa por hacerse escuchar- cuando hay tanto que se ha quedado en el tiempo de silencio entre nosotros, pero qué bien se tolera esa verbena cuando sobrevuela la alegría por medio como para aflojar tensiones antiguas creadas en nuestro cuerpo y nuestra alma simplemente por los años vividos, los trabajos peleados.

Quizás es cuando una le echa años al curriculum cuando cae en la cuenta de que vida no hay más que una, que se cuela entre los dedos la muy resbaladiza, que ocasiones como la que acaba de sucedernos se dan pocas en realidad. Aunque ahora creamos que todo puede repetirse hasta la saciedad y el infinito con sólo un click. He aprendido, al fin, a pesar de las veces en que me hizo hincapié en ello mi abuelita, que la vida es única, los momentos ricos, también. Y que ni la tecnología más divina puede devolvernos el esplendor en la hierba, la gloria de la flor, cuando se van. Para siempre.

Exactamente igual que le ha pasado a las galletas María (Fontaneda). Ya no saben como sabían. Han sustituido el aceite por "grasas comestibles vegetales". Menuda cosa. De ellas me queda el recuerdo y la pena de no vover a probar el sabor tan rico de la primera (solía comérmelas a decenas). De mis amigos, compañeros de mi vida, tengo la alegría de comunicarles a ustedes que me queda su presencia, por muchos kilómetros que nos separen. Sentir que no estoy sola. Qué bueno es eso.

viernes, 15 de octubre de 2010

Three ladies



Escribo mientras espero la llegada de tres damas que quieren pasar este fin de semana en el Molino. He preparado ya uno de los apartamentos más confortables y se está calentando ahora: por la noche ya va haciendo frío en la Conca de Barberá. Sin embargo, los días son luminosos y cálidos.
He vuelto de Madrid en el tren. Me gusta el tren, aunque en estos trenes modernos todo el mundo parece ponerse de acuerdo en montar una oficina portátil donde solucionan sus tareas pendientes, reestructuran puestos de trabajo, discuten presupuestos y qué sé yo. Están todos rematadamente locos. Y hablan muy alto. Mucho. Te enteras de todo, a tu pesar.
Pero, como a mí los trenes que me gustan son los que ya casi han desaparecido, lo que hago es que me invento un compartimento y procuro aislarme del ruido y de las ordinarieces por el sistema de la hipnosis transitoria voluntaria (HTV) que da un resultado casi perfecto. Entonces, cuando el ambiente está logrado, sólo hay que abrir el libro que estás leyendo o contemplar el paisaje desde la ventana hasta que la falta de luz exterior te devuelva tu propia imagen mezclada con los presurosos árboles y las colinas en fuga. Sí.
Pero decía que ya estoy de vuelta. Los perros de Sergi me estaban esperando. Ya los conocen ustedes. Son cariñosos pero además son mis fans o, mejor dicho, fans de los bocaditos de foie (barato) que les preparo y de los trozos de "chope" con que premio su buen comportamiento de vez en cuando.
Aún con sol, la tarde se prestaba a darse un garbeo por la huerta. Las manzanas siguen ofreciendo su mejor cara pero las peras aún no se deciden a madurar. No importa, no hay prisa. Entre higos y uvas de varias clases, sin contar con nueces, avellanas y almendras... y ahora: las castañas empiezan a caer.
He cosechado algunas manzanas para entregar al amigo lector: el frutero del que ya les he hablado. El más atento y perspicaz de los lectores con que me he topado en la vida. Claro, siempre que paso por delante de su frutería lo veo aplicado a un libro. Es una imagen que me gustaría retratar para que ustedes la vean. Nadie podría sospechar que en un pueblo de mala muerte como éste, un pobre frutero que vende cuatro cosas al día, solitario y silencioso,... En fin. La vida.

Tengo que contarles que mi clase de yoga de hoy ha sido soberbia. Respirar en medio de parsvakonasana sin que se ofusquen los riñones ni le dé un pasmo a la tercera cervical es una experiencia que deben ustedes tener algún día. Tengo que practicar mañana, sin excusas, o de otra manera las agujetas me harán el fin de semana imposible.
Niebla ladra. Se ha hecho de noche y de las tres damas nada sé. ¿Por dónde andarán? ¿Se habrán perdido? No sé si... Bueno, esperaré un poco más. Pero voy a saludar a Niebla y a acomodar a los dos mejores amigos "del hombre" en el almacén para que pasen la noche tranquilos.

Tengo que hablarles otro día de Günter Walraff, un periodista al que admiro. Me lo recordarán, ¿verdad? Aún no puedo poner fotos en la entrada porque me dice una galleta que tengo desactivadas las cookies en mi navegador y que tengo que activarlas. Vaya usté a saber cómo diablos se hace eso.
Buenas noches.

martes, 12 de octubre de 2010

Un encuentro extraordinario

Todo estaba bien planeado y salió bien. Al fin una historia que acaba como Dios manda (olvídense ahora de las fórmulas modernas; esto se ha dicho así de toda la vida y funciona). Había que compartir un cocido madrileño en Toledo, lo que le cambiaba el gentilicio a cocido toledano. También se agradece que a Toledo no se le asocie siempre con una mala experiencia tipo: noche toledana, por ejemplo. O, más graciosamente: "no seas bolo como los de Toledo".
La heroica cocinera, Chari, ha tenido buenos pinches, hay que decirlo, entre ellos a Quique, quien evitó a tiempo que le cayera a la sopa otro kilo de fideos que la habría convertido en un engrudo imposible de tragar. Sopa y resto del cocido estaban riquísimos, por cierto.
Habían anunciado su asistencia ilustres comensales venidos desde Lanzarote, Málaga, Valladolid, Madrid y Granada, sin contar con los toledanos. En total, unas tropecientas personas entre perros, niños, primos, gatos y cónyuges. Una delicia. Se comió, se bebió, se charló, se voceó, se cantó y se bailó. Sobre todo, nos abrazamos los que llevábamos tiempo sin vernos. Y los que no, también. En esta familia, falta tiempo para abrazarse y darse sonoros besos de esos que avergonzaban tanto de chicos.
Es raro lo que sucede cuando llevo tanto tiempo sin ver a mis primos de Málaga, porque es como si me hubiera separado de mi familia más cercana, de mi propia infancia, y, pasado mucho tiempo, como ocurre en los mejores melodramas antiguos, nos reencontráramos. Y es raro porque no nos hemos perdido ni hemos estado ausentes en tierras lejanas ni hemos ido a hacer las Américas ni hemos estado enfadados, sin hablarnos, que serían motivos muy claros de alejamiento.
Es la vida la que aleja a la gente que se quiere: las vidas de cada uno, las circunstancias, los lugares a los que cada cual se va desplazando según necesidades o preferencias. De ahí lo de reencontrarse con la infancia y todo lo que lleva eso encima de peso. Bueno y del otro.
Tenía que contarlo esta tarde lluviosa desde el molino solitario, donde los nenúfares han vuelto a florecer y los kois nadan jubilosos entre las ondas que forman los goterones de agua caída del cielo. Se está bien dentro, sentada a la mesa del escritorio, junto a la ventana, mientras oigo el sonido de la lluvia y me alumbra la lámpara de luz cálida bañando de amarillo el papel electrónico que utilizo y el pelo de Dante, negro como la noche negra.
Escribo para felicitarme por formar parte de esta familia; por la herencia recibida, tan millonaria.
En agradecimiento.

lunes, 4 de octubre de 2010

Un cuarto propio


Cristina era como un hada, quizás lo siga siendo.
 Cristina cuidó de mi hija cuando ésta era pequeña, unos seis años. Cristina era muy joven entonces, recuerdo que tenía unos hermosos ojos azules y un carácter dulce; era una chica muy seria: podía confiar plenamente en ella. El tiempo y otras circunstancias nos separaron y ahora, tantos años después, la magia de la red de redes ha vuelto a ponernos en contacto.
Esta entrada en el diario es para deciros que Cristina tiene una librería en Ciudad Real donde, cuando se cierra la puerta, se enciende una luz cálida y directa que ilumina las mejores páginas de los libros que han cambiado a la gente para ser mejor. Desde fuera, puede verse movimiento y escucharse el sonido de las palabras, las risas, los susurros, como en esas tarjetas de Navidad que muestran un paisaje nevado y frío, azul, al anochecer, y una casita encendida, al fondo, dentro de la cual una imagina un ambiente tan agradable que quisiera poder estar dentro.
Os invito a entrar en esa casita. Acaba de cumplir un año. No he podido asistir, pero sí me han entrado unas ganas enormes de entrar a visitarla. Y lo haré.

domingo, 3 de octubre de 2010

Primarias en Madrid

En Madrid, los políticos del PSOE están de primarias. Les ha gustado el sistema de los partidos norteamericanos y quieren ponerlo en práctica. No está mal, en principio. Resulta que la candidatura oficialista, Trinidad Jiménez, actual ministra de Sanidad, apoyada por el presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, ha perdido frente a la candidatura del pueblo llano, de los militantes socialistas, Tomás Gómez, que ha sido ganadora. Hasta ahora, muy bien, muy bonito todo.
A Gómez no lo conocía y cuando me llegó alguna noticia de él fue la de que se trata de un luchador duro y nato, con alguna picia en su haber. Pero, ¿qué político no tiene picias en su cajón? Tampoco conozco la calidad de la picia en cuestión, de modo que, por el momento, seguiré con atención las evoluciones de este político, con cara juvenil y natural, sin tanto maquillaje.
Otro dato significativo -pero, claro, todo está estudiado por los guardadores de imagen- es que Gómez ha esperado los resultados de la consulta en la sede de los socialistas madrileños, mientras que Jiménez lo ha hecho en un hotelazo de lujo. Y con maquillaje. A mí, el acento de Jiménez me gusta. Creo que es de Huelva.
Hasta aquí mi crónica política. Hoy apenas he hecho labores del campo, si exceptúo unas hierbas que he arrancado de los rosales, de modo que me siento algo apelmazada. Por eso prefiero dejarles ahora. Ya volveré otro día con más tino.
Queden ustedes en paz y alegría.