martes, 19 de julio de 2011

Pensaba en la guerra, a la sombra de los chopos

Durante los tres años que duró la Guerra Civil, Veciana -el último harinero del Molí del Salt, desde donde escribo- llevó un diario en el que escribía lo que pasaba, lo que veía, lo que le contaban, lo que cavilaba en medio del desastre de la guerra. Después del 37, pensó que su diario lo comprometía y acabó destruyéndolo, pero pasados unos días decidió recomenzar, reconstruyendo, incluso, las páginas quemadas. Es un testimonio emocionante de un hombre humilde, audidacta, que se define como buen republicano y que cuenta también cómo le iba el oficio y el negocio a medida que la guerra avanzaba en Cataluña y en el resto de España. Su relato de las fechorías de los pistoleros anarquistas (cuánto siento tener que decir esto) es estremecedor. A estas alturas, nadie debe ignorar lo que pasó en Cataluña a causa de los excesos de los anarquistas. El diario llegó a mis manos, caligrafiado por él mismo, cuando ya había muerto. Me lo confió con mucho secretismo su hija. Estuve editándolo un año entero con el fin de que lo publicara alguna editorial española. Lo envié a varias, sin éxito. Se me ocurrió hacérselo llegar a la directora del Seminario de biografías y memorias de la Universidad Autónoma de Barcelona; me parecía el lugar perfecto. No obtuve respuesta siquiera. De modo que solamente dos o tres personas hemos leído ese documento que adquiere ahora relevancia por el aniversario del comienzo de esa guerra. 75º, ya.
Veciana cuenta que a menudo se dejaba acariciar por el aire fresco bajo los chopos del Molí, escuchando los trinos de los pájaros y se extrañaba de que a unos pocos cientos de metros la gente anduviera matándose, delatándose, haciéndose tanto daño.
Los españoles casi no podemos hablar de ello todavía sin que salgan sarpullidos y úlceras. Casi no dejamos hablar a los historiadores. Falta tiempo aún, o capacidad de perdón, o de acercamiento frío a los hechos. Reflexión falta y discusión educada.
Yo he traído esto aquí por dedicar un homenaje a Veciana que era un hombre bueno, un buen republicano, un hombre justo que cometió el error de saludar la entrada de Franco en Barcelona con alivio y alegría porque significaba el final de la guerra. Como tantos otros.

domingo, 3 de julio de 2011

Astynomia

Los griegos inventaron la democracia -algo precaria, pero luz y chispa de lo que ahora tenemos-. Su lengua subyace en la nuestra y en otras muchas más, con más base de lo que creemos: policía es palabra griega: el encargado de la polis, el que vigila por la polis. O, en palabras del deleznable Torrente: el que "apatrulla la ciudad". Pero los griegos se han portado mal, según han dicho los delincuentes habituales que firman con letras de oro las fachadas de sus edificios, cada vez más altos y más grandes. Ellos mismos, cada vez más gordos y más sinvergüenzas: las agencias de calificación, los dictadores de los mercados que condicionan a las democracias.
Ay, qué cansancio. Tanta lucha democrática para esto. Con razón dijo alguien que la libertad hay que mantenerla siempre bajo vigilancia: una palabra tan bella retorcida para beneficio de gentuza tan descerebrada.
Policía, la que vigila el bien de la ciudad, del espacio de todos, que protege a la gente de los abusos. En los escudos de los agentes del orden griegos lo escriben en inglés: police. Porque en griego dicen: astynomia. Ya ven, ellos lanzan la palabra y luego se descuelgan de ella para adoptar otra más propia que nadie excepto ellos tenga. Hellas for ever.