lunes, 22 de agosto de 2011

Un paseo por el cielo

Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo
Llevábamos tiempo pensando en hacerlo pero, por pitos o por flautas, siempre lo hemos ido dejando para más tarde. Hoy, por fin, Gonzalo ha aparecido por casa y nos ha propuesto contemplar las estrellas, ahora que la luna ha dejado de brillar entera y luminosa y anda en rojo menguante.
Después de un rato de charleta estelar en la que nos hemos familiarizado con unas cuantas constelaciones, reunidos todos -y éramos un buen montón de amigos- alrededor de un buen cava y rico brazo de gitano (alguien tendría que explicar alguna vez por qué los gitanos tienen brazos tan ricos) en la gran sala que hace de cocina, comedor y cuarto de estar, de Diego, el gemelo de Gonzalo. Arriba, en la montaña.
Llegada la hora, nos pusimos en marcha encarando un camino pedregoso y oscuro, apenas alguna linterna, hacia el lugar abierto desde donde, tumbados en esterillas de goma, nos dispusimos al paseo con la mirada, por lo más alto de la bóveda celeste.
Allí estaban las dos osas y la estrella Polar; Casiopea y Andrómeda, Perseo y Pegaso, su caballo salvador; el gran dragón y el triángulo del verano, Altair, Vega, el Aguila, el Cisne... Qué pequeña me sentí, como siempre que camino de noche mirando hacia arriba, fundiendo mi mirada con las estrellas. Por eso, en el silencio nocturno sólo roto por el sonido de los grillos, compuse un viparita karani tranquilo, relajante, sostenido por la oscuridad. La magia surge de lo menos pensado. Hasta once estrellas fugaces contamos. Conté hasta diez antes de formular un deseo que beneficiara a alguien que yo quiero. Si ese deseo mío se cumple, seré regalada también por la generosidad de las estrellas voladoras. Mejor forma de egoísmo no conozco.

jueves, 4 de agosto de 2011

Las cosas que valen la pena exigen su esfuerzo y atención



Bajo los tilos

 Al fin me han arreglado la vieja Nikon. Abrigaba la esperanza de que no mereciera la pena hacerlo porque su pantalla es pequeña para mis ojos cegatos, aunque sospecho que -de haber sido así- pasaría mucho tiempo antes de comprarme otra, ahora que han bajado tanto de precio. No está el horno.
Me dijo el arreglador de máquinas fotográficas que se trata de un ejemplar de magníficas lentes (él dijo otra palabra que no encuentro y que me gusta más) y que, aunque el arreglo subía a 80 luros, me valía la pena. Así que le hice caso: adios al sueño de tener una cámara más pequeña pero con pantalla grandota.
Les pongo aquí una de las primeras fotos con la Nikon buena. Es un estanquito de agua potable del molino, al que se asoma un tilo que nació por su cuenta y riesgo -seguramente, plantado por los mirlos- hace unos pocos años. Su copa ahora se eleva más de dos metros y medio, quizás tres, y da una buena cantidad de tila, cuyo perfume resulta balsámico y tonificante a la vez. Me gustaría ponerles una foto de la tila seca, amontonada en el suelo, pero dudo que consiga hacerlo sin ayuda. Claro que siempre puedo pedir auxilio a una buena estrella que me acompaña en la distancia.




El arreglador de máquinas fotográficas es un personaje. Aficionado con pasión a la fotografía y a la observación del firmamento, hace fotos a las llamaradas del sol o a Orión si se pone a tiro. Me pidió que le esperara unos minutos, si no tenía prisa, ya que a esa precisa hora podría fotografiar a Venus antes de que la luz bajara demasiado. Aproveché que no llevaba dinero para buscar un cajero y asaltar mi cuenta corriente. También compré unas pastas de Valladolid en el colmado de cerca de Trafalgar, que tiene dulces de pueblo muy ricos y, de paso, envié una perdida a mi amiga Pilar, que vive cerca. Me contestó y subía a su casa a tomar un té de flor de Jamaica; me encanmta cómo lo hace.
A la vuelta, ya estaba el fotógrafo en su taller. Tiene el establecimiento -una casa vieja y limpia, a la que se accede bajando unos cuantos escalones, para sumirse en un espacio donde cámaras de distintos tipos y épocas tapizan las paredes, donde la madera y el vidrio abundan y un cálido silencio lo llena todo- un aire de cubículo privado de Merlín. Me sentía un ser privilegiado por estar allí charlando con ese hombre que tanto sabe y tan entusiasta es.
Me enseñó unas fotos que había tomado del sol unos días antes: pudo aumentar un detalle de las llamas que casi quemaban. Le detectamos unos lunares al sol: "Se está haciendo viejo", me aclaró. Y recordé, de pronto, la lección del libro de Geografía de primero de bachillerato en el que se hablaba de esas cosas. 
De modo que si tienen que arregalr una cámara, no duden en preguntarme a qué mago enviarla, en la capital de España. Les dejo este enlace porque la foto puede ampliarse y ver una parte del lugar.