jueves, 29 de septiembre de 2011

Quién me mandaría a mí...

Cuando parece que el alma se llena de inquietud, las horas se escapan demasiado deprisa y todo lo que se ensaya sale mal o a medias, se impone algún ejercicio que ordene ese mal rollo capaz de arruinarte el día y hasta la noche.
Creo que fue por eso -aunque siempre digo que fue por la espalda- por lo que empecé a practicar yoga. Sobre todo, pranayama, ese conocimiento de la respiración que creíamos tener de nacimiento, como se tiene una peca o el pelo rizado. Ja.
Antes de que la furia me eleve varios centímetros del suelo o el mal humor me vuelva injusta conmigo misma en descalificaciones sin cuento, paro la marcha y tomo aire como si hubiera de nadar bajo el agua de la piscina cincuenta metros. Cuando parece que ya no me cabe más aire, sigo tomándolo. Asombra comprobar lo elástico de los pulmones. Y después, me quedo suspendida, sin exhalar ni un gramo, un par de segundos, para enseguida ir dejando escapar el aire, como si se tratara de un globo grande, al que sujeto por la boquilla con los dedos para evitar que salga disparado, revoloteando en eses furiosas. Aunque crea que ya no me queda ni una gota de aire en los pulmones, yo sigo exhalando como si tal cosa, hasta que, en efecto, parecen vacíos. Entonces, vuelvo a quedarme suspendida un par de segundos, para asombrarme otra vez con lo poco urgente que resulta el inhalar aire.
En fin; no es para contarlo, sino para practicarlo. El alma se serena. Había un programa en la tele de los 60 o 70 -cuando sólo había una tele y el adoctrinamiento embrutecedor estaba, por tanto, menos difundido- , al final de la emisión, que se llamaba así. Me gusta esa frase a la que descargo de toda obligación religiosa.
Mientras les cuento esto y escenifico mi pranayama para ustedes, Kenia, mi gata, me contempla silenciosa y quieta, como una pequeña escultura, sobre la mesa de la cocina. Ella es la serenidad con patas. Y nunca me cuestiona. Tiene un carácter permisivo pero seguro, exigente pero comprensivo. Me encanta esta gata.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Que llueva, que llueva

La Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón con azúcar y limón, que se inunden los cristales de la estación (aunque creo que aquí, en realidad dice "que se rompan los cristales...", que acaso tenga más lógica; pero yo siempre decía "que se inunden").
Pero no llueve. En todas partes se moja la tierra devolviendo a las naricillas ese olor inconfundible y gozoso de la tierra mojada, aún caliente por las estribaciones del verano. Ha llovido en la Cataluña interior, pero el Molino ha vuelto a ser castigado sin agua. Así que la cascada que aparece en la fotografía está ausente y silenciosa.
La cosa no es una broma porque el río hace tiempo que se secó y hubo que salvar cientos de peces que se ahogaban sin agua (esto tiene gracia; son raros los peces, ¿no?). Ahora, tengo que entrar con botas de agua en el fango del estanque, descubierto por la sequía, para recolocar las macetas de nenúfares, lirios de agua, colas de caballo gigantes, calas, etc., que se habían quedado en dique seco y amenazaban con morirse. Dos veces al día, le quito a la hierba el riego para darle ese agua del pozo al estanque; así se evita que la evaporación vaya más deprisa en espera a que llueva.
Pero no llueve, y la melancolía propia de la lluvia de otoño se vuelve aún más triste por no poder sentirla. Es más triste no poder notar cómo los ojos se inundan de lágrimas por la emoción que produce la belleza de una música: la de las gotas de agua chocando con las hojas de los chopos, la tierra del bosque, las piedras del camino, el agua del estanque.
Sí; me doy cuenta de que me he pasado de rosca aunque no crean que me encuentro muy descaminada. Al fin y al cabo les hablo de sentimientos y éstos son siempre muy suyos, o sea, muy nuestros, de cada cual. Ya me entienden. Aunque, con esta sequía, dudo mucho que haya alguien ahí fuera. ¿Hay alguien ahí?

jueves, 15 de septiembre de 2011

El bancal se anima en verano

Habíamos dejado el bancal mudo y quieto, pero la vida sigue y la realidad se muestra muy animada en ese pedazo de tierra tan pequeño. Confieso haber dedicado poco tiempo al bancal, haber incluso olvidado regarlo más de una vez -gracias a que mi vecino de cultivo, Sergi, sí ha tenido la caridad de hacerlo por mí- con lo que lo he puesto en peligro, ya que algunos días de agosto han sido muy calurosos.
Ahí lo tenéis. Los rabanitos pasarom, comí unos cuantos muy fuertes y ricos, pero la verdad es que la cosecha fue pequeña -mea culpa, ya lo sé para la próxima vez-; sin embargo, la rúcula ha resultado generosa y resistente. Los escarabajos de la rúcula y yo estamos muy contentos con esta hierba tan rica que ha dado fruto todo el verano, con lo que las ensaladas en el molino han sido abundantes.
En agosto planté una tomatera de tomatitos pequeños, deliciosos, que ya ha rebasado el ecuador pero no para de producir. Cuando se pase del todo, pienso plantar acelgas y puerros. Se dice que son buenos para el invierno. Claro que soy tan novata que supongo que me quedan muchas meteduras de pata que perpetrar. Ya lo iré contando, por si interesa a alguien.
El invierno era una prueba dura ya que hay días en que se bajan muchos grados de cero. Supongo que me acordaré de proteger la cerámica con plástico. El invierno que viene será también para mí una prueba muy dura. Les dejo ahora, tengo que meditar para ver si recupero la respiración. nada grave; sólo importante.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Cosas hechas a mano

Este es un pan integral de nueces hecho por mí misma y una panificadora eléctrica. Ya no puedo hacer más porque la panificadora en cuestión era un préstamo y he tenido que devolverla a su dueño. Si se fijan en la fotografía verán que el pan -que estaba muy rico- salió con forma de cadena montañosa, de hecho, a mí me recordaba el perfil de Montserrat, cuando la saqué del molde.
Hacer pan es como hacer jabón, por ejemplo. Son cosas que crees que hay que comprarlas hechas hasta que alguien te explica cómo hacerlas tú misma. No se trata de dar ejemplo de ama de casa perfecta, tipo "We can do it", de ésas que acaban en un manicomio, por perfeccionistas. No. Se trata de supervivencia. En un mundo que avanza vertiginosamente hacia un concepto de progreso que nos conduce a la Edad de Piedra, lo mejor es aprender técnicas de supervivencia. A matar, ya aprende el resto del mundo. Nosotros, a vivir y dejar vivir a los demás.
Hace unos años, hice un jabón con el aceite que fui recolectando en una de esas botellas de plástico de cinco litros. Le añadí hojas de laurel picado y quedó de un suave color verde laurel con cierto aroma de laurel. No conseguí darle acabado de tienda, pero ¿qué falta hacía? Este año aún no lo he intentado, aunque ya tengo cinco litros de aceite usado para hacerlo. Probaré a hacer un jabón líquido para la lavadora o para la vajilla. A ver qué tal.