Es una pregunta que se hacen muchos, quizás no banqueros ni empresarios punta pero sí el gentío normal y corriente. ¿Hasta dónde puede una empresa seguir creciendo, seguir ganando superávits de miles de millones? ¿Por qué debe hacer tal cosa? Sobre todo cuando sabemos que suele ser a costa del malestar, de la desgracia incluso, de mucha gente. ¿Por qué necesita un hombre ser el más rico del mundo o estar en el podium de los más ricos? ¿Conviene al bien público que las empresas quieran crecer sin límites? La doctrina clásica dice que sí porque así se ofrecen buenos puestos de trabajo, sin embargo, a la que hay una crisis como ésta que nos atiza, los puestos de trabajo escasean entre otras cosas porque las empresas quieren seguir creciendo y tener cifras más altas e ganancias de año en año. Para eso, una de las actuaciones necesarias consiste en limpiar plantillas. O afeitarlas, si prefieren. Tó pa mí.
Recuerdo, hace años, que oí por la radio una noticia de una empresa sueca que repartía beneficios con sus currantes. No me acuerdo del nombre y no creo que se trate de Ikea, a juzgar por las lindezas que alguno de sus currantes me han contado. Pensé que la humanidad tenía esperanza y que otras empresas de otros países aprenderían a proceder decentemente. Y la alegría de vivir se extendería por el orbe. Pasado el tiempo, no parece que tal ejemplo haya cundido. Los ricos quieren -no sólo seguir siéndolo- ser más ricos cada vez. ¿Gastar olímpicamente en cultura, por ejemplo, en plan mecenas? Vamos, hombre; está usté loco.
Y sin embargo, ¿cuántas veces nos habremos figurado qué haríamos si nos tocara la lotería? Pero mucho, mucho dinero. Casi todo el mundo dice que pagar sus deudas, comprarse una casa, viajar por el mundo y cosas así. Nadie habla de invertir en cultura ni donar pasta a los pintores pobres. Eso, también.
Recuerdo, hace años, que oí por la radio una noticia de una empresa sueca que repartía beneficios con sus currantes. No me acuerdo del nombre y no creo que se trate de Ikea, a juzgar por las lindezas que alguno de sus currantes me han contado. Pensé que la humanidad tenía esperanza y que otras empresas de otros países aprenderían a proceder decentemente. Y la alegría de vivir se extendería por el orbe. Pasado el tiempo, no parece que tal ejemplo haya cundido. Los ricos quieren -no sólo seguir siéndolo- ser más ricos cada vez. ¿Gastar olímpicamente en cultura, por ejemplo, en plan mecenas? Vamos, hombre; está usté loco.
Y sin embargo, ¿cuántas veces nos habremos figurado qué haríamos si nos tocara la lotería? Pero mucho, mucho dinero. Casi todo el mundo dice que pagar sus deudas, comprarse una casa, viajar por el mundo y cosas así. Nadie habla de invertir en cultura ni donar pasta a los pintores pobres. Eso, también.