sábado, 11 de febrero de 2012

Estar a gusto sin grandes ganancias ¿es posible?

Es una pregunta que se hacen muchos, quizás no banqueros ni empresarios punta pero sí el gentío normal y corriente. ¿Hasta dónde puede una empresa seguir creciendo, seguir ganando superávits de miles de millones? ¿Por qué debe hacer tal cosa? Sobre todo cuando sabemos que suele ser a costa del malestar, de la desgracia incluso, de mucha gente. ¿Por qué necesita un hombre ser el más rico del mundo o estar en el podium de los más ricos?  ¿Conviene al bien público que las empresas quieran crecer sin límites? La doctrina clásica dice que sí porque así se ofrecen buenos puestos de trabajo, sin embargo, a la que hay una crisis como ésta que nos atiza, los puestos de trabajo escasean entre otras cosas porque las empresas quieren seguir creciendo y tener cifras más altas e ganancias de año en año. Para eso, una de las actuaciones necesarias consiste en limpiar plantillas. O afeitarlas, si prefieren. Tó pa mí.
Recuerdo, hace años, que oí por la radio una noticia de una empresa sueca que repartía beneficios con sus currantes. No me acuerdo del nombre y no creo que se trate de Ikea, a juzgar por las lindezas que alguno de sus currantes me han contado. Pensé que la humanidad tenía esperanza y que otras empresas de otros países aprenderían a proceder decentemente. Y la alegría de vivir se extendería por el orbe. Pasado el tiempo, no parece que tal ejemplo haya cundido. Los ricos quieren -no sólo seguir siéndolo- ser más ricos cada vez. ¿Gastar olímpicamente en cultura, por ejemplo, en plan mecenas? Vamos, hombre; está usté loco.
Y sin embargo, ¿cuántas veces nos habremos figurado qué haríamos si nos tocara la lotería? Pero mucho, mucho dinero. Casi todo el mundo dice que pagar sus deudas, comprarse una casa, viajar por el mundo y cosas así. Nadie habla de invertir en cultura ni donar pasta a los pintores pobres. Eso, también.

jueves, 2 de febrero de 2012

Wislawa Szymborska ha muerto


Le dieron el Nobel en 1996. Era polaca, de nombre difícil para la mayoría de nosotros. Tenía 88 y un cáncer de pulmón debido, quizás, a su afición por el fumeteo.

Me gusta este poema, de lo último que escribió, que han traducido así a inglés Cavanagh y Baranczak:

Die — You can’t do that to a cat.

Since what can a cat do

in an empty apartment?

Climb the walls?

Rub up against the furniture?

Nothing seems different here,

but nothing is the same.

Nothing has been moved,

but there’s more space.

And at nighttime no lamps are lit.

Footsteps on the staircase,

but they’re new ones.

The hand that puts fish on the saucer

has changed, too.

Something doesn’t start

at its usual time.

Something doesn’t happen

as it should. Someone was always, always here,

then suddenly disappeared

and stubbornly stays disappeared.



Había sido joven, claro; y bella