jueves, 29 de marzo de 2012

Preparar la huerta para la siembra 1

Ajustando la valla
Por fin llegó el buen tiempo, aunque haya que abrigarse de noche cuando se esconde el sol y las temperaturas caen en picado. Me he armado de valor y he puesto en marcha lo que llevaba tiempo pensando: la ampliación del huertecillo. Le pedí ayuda a Francisco, el hombre tranquilo, que me pasó su multicultor en un pis-pas y me dejó la tierra que daba gloria verla.
Así que acarreé la valla de alambre verde en la vieja carretilla y me deslomé un rato hincando los bambúes de sujeción en el suelo. Los almendros rodean y embellecen ahora con sus flores y las incipientes almendras, aunque después las semillas hagan brotar arbolillos que tendré que sacar. En fin. El caso es que con la valla evitaré que los jabalíes me labren a placer la huerta cuando lo tenga todo plantado.
Con este espacio, tendré sitio para plantar melones y pepinos y maíz para palomitas y puerros. Las patatas las haré según el método del saco de Seymour, el Maestro. Las semillas son ecológicas, of course, y la labor desconoce los ungüentos venenosos de Monsanto y Cía. Ça va de soi.
A pesar de las brujas malas, el Molino sigue su vida y presenta una cara preciosa. Cada día más bonita. Como el paseo que me he dado esta tarde por la torrentera seca que hace unos días alegraba un agua de lluvia tanto tiempo esperada.
 

Quienes no se den la oportunidad de pasear en solitario, hablando en alto consigo, o con los pájaros o con las lagartijas, recogiendo piedras bonitas, que no preciosas, contemplando el cielo y las copas de los árboles... quizás se estén perdiendo un aspecto de la vida demasiado bueno como para morirse sin saberlo. La primavera concede ese favor que no hay que dejar pasar por alto.
Les pongo la portada del libro de Rousseau en inglés, porque el grabado que han puesto se acerca a los paisajes de mis paseos ensoñadores, los amenos vericuetos de la Conca de Barberá por los que me gusta perderme (alguna vez he tenido que pedir ayuda para regresar a casa). Nunca sabremos de verdad la cantidad de deudas que tenemos comprometidas con la naturaleza. Las de los bancos sí las conocemos perfectamente, pero ése es otro cantar.
Caminen, piérdanse solitarios por los campos y las veredas. Aprovechen el regalo del tiempo de primavera.  Beatus ille.

jueves, 22 de marzo de 2012

Antagonía, entra en un libro, al fin

Han tenido que pasar años desde que salió la primera tanda de páginas de Antagonía, de Luis Goytisolo, a la que siguieron otras tres, a lo largo de 17 años. El benefactor ha sido un editor de una pieza, Jorge Herralde, que ha querido así festejar los 500 números de la colección Narrativas Hispánicas, de Anagrama, la gran editorial de referencia en España.
Lo cierto es que Antagonía encierra en sus 1.112 páginas, diez novelas, y no cuatro, como pudiera parecer al haberse publicado en cuatro volúmenes. Se trata de la obra de su vida, destacada y aplaudida al principio, pero también silenciada y casi oculta detrás de las modas que se produjeron en España durante los años setenta en que los autores del llamado "boom" americano invadieron librerías y atención mediática. Pero la vida es así; no siempre los que la merecen tienen suerte.
Con todo, LG está satisfecho de ver su criatura junta, unida, disponible para quien ame la aventura de leer. Se trata de una criatura pequeña, en realidad, diminuta si se comprende que comparte el espacio con los best sellers de toda laya a los que apoyan grandes campañas de marketing y enormes intereses de los medios de comunicación. Por eso infunde ternura ese tomazo de tapa dura que muestra en su portada la reflexión pictórica de José María Ballester: unas meninas velazqueñas ocultas como fantasmas que no quieren ser expuestos, a los que hay que adivinar respirando en los rincones oscuros.
El editor, que pone en orden su labor de toda una vida estos años de casi despedida, ya que Anagrama pasará poco a poco a manos de Feltrinelli, cierra un circulo de amistad con el autor. Ambos compartieron aula y orla desde que tenían doce años. Ni las diferencias de la vida adulta ni los malentendidos que a veces se producen debido a la distancia han dañado ese tándem. Emociona saber eso.
Cuando se apaguen las voces de la fiesta, cuando nadie permanezca en el jardín y sobrevenga el invierno y ya ni las flores ni los pájaros iluminen sus rincones, quedará Antagonía. Como un monumento silencioso y elocuente al mismo tiempo. Emociona.