jueves, 21 de junio de 2012

Peonias blancas en jarrón japonés sobre la mesa del comedor
La noticia de la enfermedad de mi querida prima nos ha volcado a todos en la búsqueda de los remedios que, ajenos a la convención de la academia, alivien su dolor y la reconforten en los malos tragos. Lo cierto es que esa búsqueda nos ha empujado a saber y querer saber más de la medicina tradicional que también practicaban nuestros abuelos; no hay que irse a los ayurvedas indios ni a los yaquis ni a los chamanes siberianos.
Desde hace tiempo, me sentía atraída por la dieta vegetariana y, a pesar de mi inclinación por el jamón llamado "pata negra", auténtica joya celestial de la gastronomía patria, me ha costado poco esfuerzo darme cuenta del sufrimiento que hay que infligir a un ser vivo e inteligente -el hermano chancho- para producir ese manjar. Hace meses que no pruebo nada de lo que cause dolor a otros.
Mucho más difícil ha sido renunciar a los quesos -esas maravillas de la naturaleza láctica- especialmente el manchego de oveja y vaca, el flor de Esgueva, el parmigiano regiano, el gruyère suizo y la torta de Casar. Pero también han quedado atrás con el pretexto del colesterol malo que no quiere abandonarme ni a tiros. Así que, sustituí, por consejo de mi acupuntora china, el café con leche por el té verde sencha solo,  los filetes de ternera por lonchas de seitán, el jamón pata negra por nada (es insustituible) y la mantequilla por el rico tahini del que tampoco hay que abusar, pero abuso.
He aprendido a hacerme yo misma -con ayuda de la tecnología alemana, lo admito- las bebidas de soja, arroz, almendras, avena, alpiste, etc y hasta me he aventurado con yogures home made y quesos. Ahora, que me he apuntado a un foro de vegetas, la emprenderé con una receta de gruyere vegano, cuyo aspecto me atrae; ya veremos, el sabor. Les mantendré informados de mis actividades molineras, en caso de que haya alguien ahí, todavía.