lunes, 28 de octubre de 2013

Opera y naturaleza en otoño

En 1680 se plantó este plátano que, según la wiki, responde al aria suprema de la ópera Jerjes, de Haendel, de la que os dejé una muestra en la anterior entrada. En la enciclopedia electrónica hay también una muestra de la canción, en voz de Carusso; pero claro, la idea de Haendel iba para una voz blanca, ideal para castrato o, en su versión moderna, contratenor.
Entre los que más me gustan, hay dos: Andreas Scholl y Philippe Jaroussky. Este último tiene unas interpretaciones de arias operísticas de Vivaldi que son una joya auténtica, aunque ya sé que caigo en la debilidad de la moda, de lo que me acusa mi buen amigo Jorge González Giner, mi crítico musical preferido y antiguo compañero de programas de radio. Such is life, though!

Las óperas enteras me suelen parecer un latazo insoportable, pero hay momentos sublimes que llegan a lo más hondo de los sentidos. En este caso, que el rey Jerjes dedique una mirada amorosa a un árbol y lo proteja con sus jaculatorias me gusta especialmente, porque los árboles cuando son llamados por sus nombres, resultan las criaturas más conmovedoras con las que se pueda hablar.


Confieso que a menudo lo hago cuando paseo por el bosque a las horas en que aún no se la disipado la niebla y el aire es tan húmedo que deja mojados la cara y el cabello.
Esta fotografía está tomada seguramente en primavera, cuando las hojas aún tienen que crecer y el verde refulge, pero estamos en otoño. Amarillean con retraso los plátanos y los fresnos, castaños y acacias, arces y gingkos. También se rinden los insectos al fin de sus ciclos, como este ejemplar de libélula a la que los peces de la fuente chupaban las escamaciones del abdomen.

jueves, 10 de octubre de 2013

Ombra mai zu

A veces, la música disipa el silencio, y a veces, lo encierra. El prodigio de la voz humana supera los sueños. Estos días estoy viendo la serie televisiva de Oliver Stone, "La historia no contada de Estados Unidos" o algo parecido. Estremece que te cuenten, que te recuerden, con el ritmo magistral con que lo hace Stone, los episodios horripilantes de la historia que hemos vivido. Eso me hace pensar, sin que pueda evitarlo, en lo que ahora estamos viviendo. En cómo la guerra ahora se hace desde presupuestos de finanzas virtuales y paquetes explosivos sobre las economías de la gente. Paquetes bomba que explotan en las manos de los inocentes. Todo pasará si se puede acceder a escuchar algo como este aria del Jerjes de Haendel, cantado por Kathleen Battle, "No hay sombra de planta alguna más hermosa, más amable ni más suave". Voz  prodigiosa.

jueves, 3 de octubre de 2013



Llueve. Son sólo unas gotas, apenas para perfumar la tierra y recordar que el otoño ya está otra vez aquí. Mientras evito que me caigan sobre la cabeza las "bombas" pinchudas del castaño de Indias me acuerdo de que muchos perros necesitan ayuda, de que muchas personas han muerto, ahogadas en medio del espanto de la noche, en el mar, mientras pedían desesperadamente ayuda. Una ayuda que tres barcos pesqueros no han querido o sabido brindarles. Y me entra una pena grande, me abruma, y tengo que acordarme de respirar hondo, como el yoga me ha enseñado, para no enfermar.
 "El ser humano ha hecho de este mundo un infierno para los animales", dicen que dejó escrito Schopenhauer. Ese comportamiento, debido a sus malos pensamientos, hace infernal para los propios humanos la vida en la Tierra. Nos redime el arte, la música, el amor. Y una mirada al paisaje, a los bosques, a los movimientos de mis gatos, su dulzura cuando descansan.
Para sacudirme la tristeza he hecho una excelente mermelada de higos y ahora me pongo con otra de uvas. Sin azúcar, porque no les hace ninguna falta. Y porque el azúcar, junto con la harina blanca, y no digamos la leche, es un veneno seguro. Pero, se hace tarde y afuera ya ha oscurecido. También ha dejado de llover. Voy a ver si logro sacarme del cuerpo las malas noticias y me preparo algo rico para cenar: vegano, por supuesto.