sábado, 21 de febrero de 2009

ciervos


"Más que la cacería en sí, lo que me resultaba atractivo era adentrarme en el paisaje de un modo tan poco habitual, forzado el rumbo de nuestros pasos por el que emprendiera la pieza acosada. Estaba claro que también para Livia las partidas de caza eran un pretexto para escapar a la belleza del panorama que se domina desde Villa Vera, del que bien pudiera llegar a sentirse prisionera. Aquel valle de suaves pendientes, los cultivos escalonados hasta el río, las vertientes cubiertas de bosque, las cumbres rocosas.
El paisaje cambiaba nada más cruzar el puente, al internarnos en los bosques de formas yertas, la luz abriéndose en haces blanquecinos animados apenas por el canto de los pájaros. Siguiendo los agudos ladridos y el estrépito levantado por los ojeadores llegamos hasta lo alto de un barranco de negras pizarras; los caballos relinchaban y reculaban, como inquietos por la proximidad del cortado, por el relucir resbaladizo de las pizarras. Abajo estaban los ciervos, acorralados en un barranco sin salida, y los cazadores los fulminaban con sus saetas desde los bordes del precipicio. El vello mal rasurado brillaba en las mejillas, ahora a causa del sudor como momentos antes a causa del frío, y el vaho que expulsaban sus bocas junto con los gritos acentuaba, lejos de difuminarlo, el salvajismo de sus expresiones y de sus miradas. Lo cierto es que los hombres tenían más de fiera que los perros de la jauría, mientras que los ciervos abatidos parecían dioses, dioses vencidos por una deidad más poderosa. Especialmente uno de ellos, que yacía con los ojos abiertos, la inmovilidad de la mirada como otorgándole una dignidad superior."

Luis Goytisolo "Liberación"


Son palabras de Marco Aurelio, el emperador sabio, en el capitulo V del libro. Y vienen a cuento porque se ha terminado la temporada de caza en España y, como denuncia Rosa Montero en El País, ha empezado la vergonzante y desalmada temporada de dar muerte al galgo, que alimentarle cuesta más dinerito que comprar otro nuevo, el año que viene al galguero/asesino (son sinónimos) de la esquina.

Rodríguez, el presidente del Gobierno español, lleva tiempo prometiendo un marco legal para perseguir estas conductas; no lo va a hacer, ya lo ha dicho. A pesar del millón largo de firmas de españoles avergonzados de serlo. Habrá que seguir sintiendo la vergüenza detrás de nuestros cogotes, sin contar con la doble dosis de quienes hayan votado a Rguez. Se ve que a la mayoría no les pasa. Afortunados que son que disfrutan de tamaña insensibilidad.

domingo, 15 de febrero de 2009

El poder de matar


El juez de la Audiencia Nacional, Bartasar Garzón (el que se agacha a tocar el género, en la foto de El Mundo), ha salido en los diarios de caza con el Ministro de Justicia actual, Bermejo o Fdez. Bermejo, con el que ha pasado el finde (weekend), cenado, reído, charlado, etc. etc. Dos seres humanos compartiendo la alegría de la vida. Hasta aquí...

Con ellos participó en la masacre de astados herbívoros, el jefe de la policía judicial y no sé si la fiscal que atiende los casos de corrupción del partido en la oposición, perseguidos por el susodicho juez.
Al juez, en 1993, cuando se quiso meter en política, en las filas del PSOE, ya se le escucharon lindezas contra la oposición. "Si ya han aprendido la santa indignación, ahora que aprendan la santa paciencia, y así aprenderán a gobernar". Pero, bueno, eso, en un político, es normal y hasta plausible.

A Zapatero o Rguez. Zapatero (en España, hay la costumbre de eliminar los apellidos paternos acabados en Z), que admira y quiere plagiar, más que imitar, los gestos de Barack Obama, no se le ha oído todavía que cese al ministro en cuestión. Ni al Consejo General del Poder Judicial (CeGePeJota), suspender al juez por -si no prevaricación- mal ejemplo.

Se trata de España, la octava potencia (sic) del mundo, enclavada en Europa y con una antigua aspiración a ser respetada por la orquesta de naciones del mundo. Vamos, que no hablo de Gambia ni de Zimbabwe.

Recomiendo a las gentes de paz y bien, que respiren hondo, estiren bien la columna vertebral, cierren delicadamente los ojos, adopten una postura cómoda y, en medio del trino de los gorriones, el piar de los mirlos y el triscar de miguitas de pan de los petirrojos, si es posible, con algún sonido de agua, una fuente, un chorrito en el fregadero... medite. No para pensar en el desánimo que producen estos comportamientos, sino en cómo fluye el aire en su cuerpo, cómo aspira e hincha los pulmones abriendo el diafragma; cómo suelta el aire, y empuja el diafragma hacia el estómago que se regocija de ese masajito suave...
La vida es bella y breve. Cuando te quieres dar cuenta, han pasado los años, y ahora que sabes algo más, necesitarías otros 55 para poner el práctica tu sabiduría.






jueves, 5 de febrero de 2009

El pastorcico

Habla Vicente Molina Foix, en El Boomeran, de la austeridad franciscana de Antonio López, e incluyen esta bella fotografía en el comentario que les invito a compartir en esta dirección: http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/noticias/zapatosdelfranciscano.pdf
Tuve la fortuna de entrevistar para RNE durante una hora, sin pausa, al artista manchego, vencida su oposició ya que, según insistía él mismo, "no soy capaz de hablar más de unos minutos pues tengo pocas cosas que decir". El programa resultó precioso, interesantísimo y al final de la emisión, ya a micro cerrado, me preguntó, sorprendido: "Ah, pero, ¿ya hemos terminado?"
De entonces a ahora ha llovido mucho y se diría que Antonio López ha ganado en mundanidad para alegría de sus admiradores. En dos ocasiones diferentes, separadas por meses, he coincidido con Antonio Lópes en un vagón del metro de Madrid. Una vez, iba él sentado, ¡haciendo sudocus!. La otra, de pie, en medio de un gentío, pequeño de estatura como es él, parecía un pastorcico salido de algún Nacimiento en Navidad. Más que un franciscano, a mí me parece un pastor. Claro que con la humildad de Francisco de Asís, y con su entusiasmo. Ni que decir tiene que, en ninguna de las dos ocasiones me atreví a abordarlo. Me limité a contemplar discretamente su presencia, esa humanidad pequeña, morral al hombro, casi insignificante, que yo sabía (seguramente más de uno de los que viajaban en el vagón, también) que encierra a un gigante.
Estoy por vender a Metro de Madrid una idea estupenda para su divertida publicidad televisiva. Pero, no; mejor me guardo ese lujo para mí solita. Egoísta que es una. ya me lo decía mi mamá.