lunes, 23 de noviembre de 2009

Homenaje

*********************Mary (derecha) y Amparo Villagrá , en 2000

He asistido a la muerte de Mary Villagrá, un acto íntimo y casi secreto; o eso creía yo. Cuando llegué a la casa familiar, después de un aviso de Marisa que me pilló en Madrid, encontré un nutrido grupo de gente pululando por aquí y allá. Ocho de sus nietas, rodeaban el lecho, algunas trepadas sobre la cama, junto a ella, llorando desconsolada pero silenciosamente, sin despegar los ojos del rostro de la moribunda. La vecina de arriba, Pilar, enfermera, que había acudido siempre que fue requerida para ponerle una inyección, tomarle el pulso o cualquier otro favor, paseaba pasillo arriba, pasillo abajo, las manos en los bolsillos de su enorme jersey de lana. Antoñita, la vecina por excelencia, permanecía en pie con la mirada perdida a la puerta de la alcoba. Pero, ¿esto qué es? se me ocurrió decir sin poder reprimirlo. No debiera haber tanta gente aquí. Me parecía obscena la contemplación de la muerte; además, algunas niñas eran pequeñas, ¿por qué dejar que se impresionaran con algo tan extremo? Me llamaron la atención y recompuse una modesta actitud, un poco abochornada por el comentario impetuoso, tan ingrato.


Con un bebé, en brazos hace tanto tiempo...



Mi madre agonizaba en su casa, en su cama, como dejó dicho; los ojos cerrados, el cuerpo exhausto, desvanecida para siempre, pues no recobró la conciencia después del gran ataque de horas antes que le arrancó un grito desgarrador, según contaba Mariuxi, que se encontraba con ella en ese momento. "No sufre, me dijo el médico amablemente; se encuentra en coma profundo. Nada puede hacerle sufrir ahora". No sufre, me repetía yo obsesivamente. No sufre. Pero me impresionó el minuto final, su entrega incondicional a la muerte, la ligereza de su mano desmayada, blanca y suave a pesar de haber pertenecido a una mujer dura y valiente. Cuando volví a contemplar su rostro, del que había desaparecido el color rosado, me di cuenta de que ya no estaba con nosotros, que mi madre había abandonado la carcasa blanca y suave que la había mantenido en pie toda su vida. Se había ido dejando ahí encima su pobre cuerpo inerte, descolorido, con expresión de estar durmiendo después de haber librado una batalla terrible, agotadora. "Una muerte muy dulce", había escrito Simone de Beauvoir para relatar la larga agonía de su madre. Suspiré para adentro, aliviada, sabiendo que todo estaba bien, que Chari le había hablado con amor para despedirse de ella, como había hecho yo misma sin que nadie lo advirtiera, minutos antes. Todo está en orden, mamá. Puedes irte cuando quieras. Papá te espera con los brazos abiertos. Juntos, otra vez. Al fin.

Y bendigo a Dios y a quien haga falta por tan compasiva intervención.






lunes, 16 de noviembre de 2009

Los últimos del todo

++++++++++++++ Los últimos de Filipinas ++++++++++++++++++++++++++++++++++
Me gusta leer libros de historia aunque a veces sufra con la lectura. Pero es un sufrimiento llevadero, en el que compensa lo padecido por lo aprendido. Ahora leo libros variopintos, históricos todos, sobre Filipinas: libros de militares que estuvieron allá cuando el Desastre, como Las campañas de Caraballo, Balanguingui y Joló, o El sitio de Baler, contado por el general Saturnino Martín Cerezo; libros de poesía escritos originariamente en tagalo y en español como Flores filipinas, de Miguel Zaragoza, libros de viajes comerciales como The Manila Galleon y uno de los libros más significativos de José Rizal (en la imagen), Noli me tangere".
Sí, me conmueven muchos capítulos de la historia de la humanidad pero más aún si se trata de la historia de España. Tantos errores que pudieron haberse evitado, tantos hechos bellos, buenos y heroicos desconocidos por los propios españoles, cuanto más por el resto de los habitantes de la tierra. Pero lo que me trae a esta cita es un dato que me ha sumido en la perplejidad. La actual presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo, pidió al gobierno español apoyo para reistaurar el español como lengua cooficial en el país. El español había sido lengua oficial en Filipinas desde su colonización, en el XVI hasta 1973 en que, ya muy debilitado por las consecuencias de la guerra filipino-norteamericana (1899-1903), fue retirada del mapa. En 1987 se suprimió definitivamente de los planes universitarios. La presidenta filipina, sensible a la importancia de nuestro idioma, quería que el parlamento aprobara su propuesta en enero de 2008, ¡hace poco tiempo! Pero la fecha llegó y la respuesta del gobierno español, por lo que se ve, no llegó. No quiero ni imaginarme cómo habría reaccionado el gobierno francés, por ejemplo, ante una petición semejante. Así se escriben muchos capítulos de la historia de España. En 2007, el Instituto Cervantes de Manila le pidió a la presidenta que reincorporara los estudios de español en los institutos. ¡Fantástico! Mucho más se habría hecho por el español si todo el presupuesto de los Cervantes de Filipinas se hubiera empleado en apoyar la propuesta de Macapagal. ¿No les parece? No hay que preocuparse, sin embargo, gracias a la inacción española, hay 20.000 alumnos de español en un país de casi 90 millones de habitantes. Menos da una piedra, hay que amolarse.

martes, 10 de noviembre de 2009

Saltar el muro

Debe de haber por alguna parte de esta casa unos pedazos del muro de Berlin pintarrajeados que Pilar Miró me trajo, hace 20 años, todavía directora general de RTVE y oyente de mi programa, como supe cuando ya me habían despedido. Los guardé cuiadosamente a pesar del abuso que se cometió con la comercialización de esos trozos de cemento helados por tantas muertes y por el sufrimiento de tanta gente. En la casa de mi infancia siempre se hablaba del telón de acero y yo creía que el muro estaba hecho así, como un largo telón de teatro pero de acero. Apenas podía imaginarlo. Cuando, muchos años después, en 1986, pude verlo con mis ojos, me parecía raro que un muro así dividiera una ciudad tan poblada en mi mente de novelas que me parecía inabarcable. Una vecina de Check Point Charlie me invitó a subir a su casa, un octavo piso, desde donde se dominaba el panorama de las calles y las casas a las que el muro partía en dos. Por ese lado, ni una sola pintada, ningún dibujo iluminaba la sinrazón. Todo el muro estaba impoluto y formalito. Fue muy amable esta frau que incluso insistió en que compartiéramos un té mientras conversábamos, frases entrecortadas, palabras sueltas, silencios, miradas melancólicas hacia el exterior donde algún guardia paseaba rutinario y aburrido, esperando quizás el relevo.

FotogrCursivaafía del CPC en 1966

Luego tomé el metro para apearme en la Frederickstrasse, donde había que pasar la frontera. Colas de alemanes llevaban paquetes -algunos enormes: televisores, neveras...- y esperaban en silencio su turno. Al entregar el pasaporte, la mirada acerada del policía se me clavó en la pupila varias veces, pupila y fotografía, una y otra vez. No le gustó, quizás, mi condición de periodista. Ana, que venía conmigo en calidad de traductora, llevaba una novela inconveniente de Peter Schneider: Der Mauerspringer. Ana y yo comentábamos lo guapo que era el policía al que sonreíamos abiertamente cuando nos miraba de esa manera. Quizá, por eso, al regresar de la trastienda con el comisario de fronteras, un hombre, por otra parte, muy simpático que nos trató con total amabilidad, aunque nos confiscó material de trabajo, el policía guapo le susurró: "Dos peces gordos, ¿eh, Herr Komisar?" Pateando las calles del Este, contemplé las pancartas colgadas de algunas fachadas, escritas en estilo gótico diciendo consignas de la utopía socialista, el engaño igualitario. Me pregunto si habrá en algún lugar alguna fotografía de esas fachadas. Gasté las monedas de aluminio que fuimos obligadas a cambiar en la frontera (25 marcos) en libros. Y, a la vuelta, entré en una profunda tristeza. La que me produce siempre la conciencia clara de la incapacidad de la condición humana. Mi incapacidad. Mi muro particular.



sábado, 7 de noviembre de 2009

TRISTES TRÓPICOS



****** Foto tomada por CLS en el poblado Nambikwara que figura en la edición de Plon (1955)
Es un título de libro tan bonito que mereció la atención debida sobre todo porque contenía el trabajo de un joven antropólogo, pionero en unas cuantas batallas. Claude Lévi-Strauss -que comienza el libro: "Je hais les voyages et les explorateurs"- lo publicó hace 54 años. Lo leí, de manos de mi amigo querido Francisco, cuando estudiábamos en la Complutense: él, Antropología e Historia de América, y yo, Periodismo, me pareció un libro que abría puertas al conocimiento pero sobre todo a la aventura, a la imaginación. Qué poder de evocación el de este titulo. Su autor, de puro mítico, no estaba entre los vivos. Por eso la sorpresa de su muerte física. Un hombre singular que recientemente había confesado que no le apena dejar este mundo porque no le gusta nada.

Con sus conocimientos y su experiencia, Claude Lévi-Strauss aportaría mucha luz al oscuro empeño humano de destruir cuanto brilla sobre la faz de la tierra por culpa de nuestra mala organización, de una escala de valores mal aquilatada, equivocada salvajemente, si se me permite la expresión. A lo mejor llevan razón quienes afirman que es el ego el culpable de la infelicidad humana. Un poco de ego hay que tener para ser, por ejemplo, como CLS. El suficiente como para saberse seguro de sí mismo y de su trabajo y no tener que machacar a los demás en un intento desesperado de demostrar que se vale más que el otro. Ya saben: el consejero de turno que impide a quien de veras vale llegar a mostrarlo. Pero eso es otra historia. Yo me quedo con el ego que vale, el de Claude Lévi-Strauss.