
Reconstruir los pasos dados desde el momento en que llegó a creer que iba a perder el tren, el brote de ansiedad que de pronto se extendió por su cuerpo, atolondrando sus movimientos, sofocándole el habla al intentar atraer la atención de algún taxi, el billete electrónico en el bolsillo, sí, pero demasiado lejos de la estación para llegar a tiempo, cuando de buenas a primeras hubo uno que se detuvo justo delante y, mientras el pasajero pagaba, el taxista asintió con un gesto y él pudo meterse, ocupar el asiento todavía caliente, tenso y silencioso durante todo el recorrido, lo mismo que al saltar al vestíbulo y abrirse paso a la carrera entre la multitud, la gente que llegaba y la que partía, y los que mataban el tiempo curioseando en las boutiques y los quioscos, la exasperante retención que suponían los controles de seguridad, y ya sin aliento, al franquear el acceso al andén, oír decir al revisor, "si corre aún puede cogerlo". Sí: reconstruirlo todo mientras, desplomado en el asiento, aceptaba cuanto le iban ofreciendo, los auriculares, el periódico, un refresco, progresivamente invadido por el alivio; y reconstruirlo de nuevo cuando la violencia del estallido -explosión, choque frontal, qué más da- le permitió, como si el instante se autofraccionase en toda una sucesión de instantes infinitamente menores en medio de aquel fulgor, preguntarse si la culpa de lo que le estaba sucediendo no iba a ser de aquel taxi que se detuvo ante sus narices y que le permitió tomar un tren que en principio debía haber perdido. Y es que cuando en una cadena de acontecimientos el factor aleatorio es de trágicas consecuencias suele resultar mucho más llamativo que cuando éstas son beneficiosas y lo casual puede ser entendido como un detalle del buen resultado previsto. Pero tanto en un caso como en otro, el carácter inapelable del azar suele ser suavizado con expresiones que lo hacen más familiar, más compatible con la actividad cotidiana del ser humano. Así, se hablará de suerte, de buena suerte, si su influjo es favorable, o de accidente o de alergia cuando no lo es, cuando es mala suerte, procurando que el término elegido sea en sí mismo una explicación. Como si hablar de accidente o de alergia o de fuerza mayor hiciera innecesaria toda indagación. Por ejemplo, los pasos que condujeron a mi madre al encuentro de una bomba que fue a caer sobre un transporte cargado de explosivos. Había salido de Viladrau y pensaba volver por la tarde tras hacer unas compras en la ciudad. ¿Traerse de Barcelona algo que no podía encontrar en el pueblo? ¿Aprovechar que era el día de mi cumpleaños y que dos fechas más tarde era el santo de mi padre para comprar algún regalo? ¿Visitar a los abuelos? ¿Visitar al primo Paco, ingresado en una clínica de la parte alta de la ciudad, fue lo que alteró su recorrido y la llevó a coincidir con la explosión en el punto y en el instante en que se produjo, mientras que de haber sido otro su itinerario tal vez la hubiera pillado lejos? Paco se encontraba en aquella clínica a raíz de un accidente ocurrido días atrás, cuando mientras se hallaba patinando fue arrollado por un tranvía que le segó una pierna. ¿No cabría pensar, en consecuencia, que fue en realkidad ese accidente que le costó las piernas al primo Paco la causa de que días después mi madre y la trayectoria de la bomba coincidieran en un mismo punto?
(Cosas que pasan, Luis Goytisolo; ed. Siruela. Madrid, 2009) Foto: LG en el cabo Comorín.