jueves, 9 de diciembre de 2010

Sinsabores

He cometido un error que daña a una persona querida. Una tontería: he equivocado -incomprensiblemente- el paquete que debía traerle, de  modo que no podrá cumplir una obligación importante, como tenía previsto. ¿Habrá otra oportunidad para hacerlo? Lo desconozco. Me lo había recomendado tanto y yo estaba tan segura de que traía lo requerido que aún ahora, mucho después de reparar en el error, no puedo reconstruir el proceso del desaguisado. Desalentador que ocurra esto cuando tienes las pestañas quemadas del humo de mil batallas. Triste, tener que dar la mala noticia.
Es inevitable cavilar en la de veces que no se presta atención suficiente a las palabras de los otros. La de veces que no se produce una recepción del mensaje en el proceso de comunicación. Sólo la impresión de haber comprendido. En medio, múltiples interferencias que tienen que ver con el ruido ambiente, con la dispersión de las ideas -fuga de ideas, espetan los psiquiatras-, con la nebulosa configuración de la mente en el mundo moderno.
Una vez les conté que me gustaba fregar los cacharros a la hora elegida por mí, porque lo tomaba como un acto de meditación. Me pasa cuando recojo las hojas secas del otoño en el jardín, y en los paseos por el monte, o campo a través, del pueblo hacia el molino o del molino al pueblo. Me apabulla comprobar la de horas de meditación que me quedan para captar una molécula de realidad, un trozo de vida real. Tan inmersa en no sé qué mundo me encuentro.
Yo quería hablarles de las mulas y los muleros que trabajan estos días en el bosque, limpiando la madera en que la nieve pasada convirtió árboles enteros, grandes ramas de encina, pino, roble, chopo, cedro... Pensaba decirles que me gustan esos animales, mitad yegua, mitad borriquito, ojos grandes, oscuros, morro amoroso, corpachón protector. No necesito imaginarles un cuerno cónico y largo en medio de la frente para verlas como animales mitológicos. Quería brindar por ellas con ustedes, mientras las imagino, descansando en su aprisco de piedra y maderas, a la espera de otra mañana fresca, fragante, en que desperecen sus patas mientras arrastran troncos en el bosque.
Pero se me ha cruzado esa otra noticia. Ya ven cómo es de errática el alma mía.

6 comentarios:

estrella dijo...

Ay, Elvirita querida, cómo me identifico con lo que cuentas. Dependemos tanto unos de otros, que si un eslabón falla se puede desencadenar toda una trágica sucesión de remordimientos y culpas. Quién no entendería esto? Sé que, de momento, todo parece imposible de remediar.
Pero lo llegareis a olvidar. Nada es tan importante en esta vida como la comprensión entre los que se estiman y quieren.
Me encantaría volver a fregar los cacharros en ese mágico fregadero de tu cocina.

Elvira dijo...

Gracias, Chiqui; me reconfortan tus palabras. En cuanto a lo del fregadero, de sobra sabes que lo tienes a tu disposición. Cualquier día lo traigo otra vez al blog, en tu honor.

Manuel Montero dijo...

Ya les contaré una anécdota sobre el fregadero. Trataré de ponerme al dia, Elvira. Un saludo, y decirle que entre las acuarelas que a veces hay en la seccion "images" de mi blog hay un mulo, ya que a usted le gustan como a mi, si, alucinado, que fuma. Un dibujo que por cierto no sé donde he metido (en el blog coincide creo con una cita de Lessing o de Juan de Mena).

Elvira dijo...

Lo buscaré, MM. Alegría de verle a usted de nuevo por aquí.

Yo tenia una mula dijo...

Yo salia a las cinco de la mañana,
ensillaba mi mula, y recien amanecia, la luna me acompañaba siempre

Yo no le canto a la luna
Porque alumbra nada mas
Le canto porque ella sabe
De mi largo caminar

Manuel Montero dijo...

Bonito y como muy country eso de la luna.

(en off: Elvira, le he contestado a lo que me comentaba y la duda, en donde me puso el comentario)