jueves, 16 de diciembre de 2010

Un encuentro fortuito

Poco acostumbrada como estoy a la civilización, la visita semanal a Barcelona se convierte para mí en una fiesta, una ocasión de pasear, mirar, buscar algo que me hace falta, como una cuchara de palo o un tirador de cajón. Hasta hay días en que me da tiempo de ver una película en el Alexandra, que es un cine que me gusta mucho. ¿Les he contado alguna vez lo que me pasó en el Alexandra, una mañana en que fui a ver "El gran silencio"?
Pues, ahí estaba yo, en primera fila, viendo ese film sobre el silencio, tomando como asunto la vida de los monjes trapenses de la cartuja de, vaya, se me olvidó el nombre, pero está, creo al norte de Francia, ¿o quizás, en Suiza? Es lo de menos. La película de Philip Groening,  dura más de tres horas, pero yo estaba preparada, después de un año intenso y fructífero en pranayama y meditación. Cuando transcurrieron los primeros treinta minutos, de pronto, me acordé. Pero, ¿seguro que no les he contado ya? Es que tengo la impresión de déjà dit. Pues sigo.
Por Dios bendito, ¡me había dejado la cacerola de legumbres en el fuego, en casa! Yo vivía ese año, hace cuatro, en Barcelona. Me subieron calores por el cuerpo hasta las mejillas, me puse en lo peor: se habrá quemado todo, estará ardiendo la casa entera, algún vecino habrá llamado a los bomberos... y así.
Sin embargo, espoleada por la rabia contra mi misma por el despiste, salí reptando de la sala para no molestar, en medio del silencio, y volé, más que corrí a pillar un taxi que me dejó en diez minutos ante mi casa:
-"No apague el motor. Salgo enseguida", dije al conductor. Subí de tres en tres los banzos de la escalera, abrí a la primera la puerta, entré en la cocina y todo estaba en orden, como si nada. Cerré la llave del gas y bajé a la misma velocidad, ante los incrédulos ojos del taxista que se disponía a encender un cigarrillo temiendo una espera medianita.
A los otros diez minutos, veinte en total, entraba al galope en el cine. Le empezaba yo a indicar al empleado lo sucedido cuando él mismo me invitó a entrar de nuevo:
-"Sí, sí. Ya la he visto a usted salir en estampía hace cinco minutos (¡!). Pase usté, pase", me animó muy amablemente. Y así lo hice. Volví a imitar a los indios navajo para no interrumpir con mi cuerpo la narración silenciosa que contemplaban montones de pares de ojos extasiados (la sala estaba a rebosar) y disfruté del resto del film como si nada hubiera roto la continuidad.
Pero, ¿por qué les decía esto? Humm, fuga de ideas, jo.
Ah, sí. Entré en Flash flash a comer, la tortillería que queda frente al Giardinetto, un bar de antiguas luces, que gustaba frecuentar la intelligentzia barceloní, y me encuentro con Rafael Argullol ante un bonito plato de verduras de colores. Sorpresa, beso, saludo, palabras y alegría por el encuentro después de tanto tiempo.
Comoquiera que este blog le debe al de Chiqui la existencia, me he visto en el deber de contarlo. Aunque tengo la incómoda sensación de que me he ido por los cerros de Úbeda, que son unas laderitas de monte bajo, muy agradables, por donde se perdían algunos parlamentarios del Forges, a menudo.
Todo, con tal de que ustedes lo pasen bien.

12 comentarios:

estrella dijo...

Pero bueno, qué foto más pequeña! y sí, lo de dejarte las verduras en el horno me suena mucho...no será porque nos las dejamos todo un día y las encontramos hechas carbón al volver del paseo?

estrella dijo...

Y no nos vas a contar nada más de Don Rafa. Qué llevaba puesto? Con quién estaba? ...vaya, invéntate!

Elvira dijo...

Lo haré, Chiqui, sin casi inventar nada, a condición de que me arregles la foto. Es una lucha tremenda la de las fotos, querida (esto me ha quedado muy de solterita victoriana, ¿a que síp?

Pilo dijo...

Qué os pasa?, que os traeis con el señor Argullol?

me dijo...

Pilo, la culpa la tiene Elvi!

Elvira dijo...

Eh, eh, eh... un momento. Orden, que nadie se alborote. Pilo tiene una perspicacia providencial, no cabe duda. En todo caso, es persona grata -Argullol- por lo que escribe y por la buena planta que tiene, oye. Pilo también es grata, aunque escriba menos.

Manuel Montero dijo...

Dan ganas de tutearla a usted, Elvira. Escribe con tanta gracia como Diderot y Stendhal (yo soy cartujo de los prerrevolucionarios, y no de Balzac como los franceses bien criados). Le digo eso porque para mi son lo mejor. Es verdad que da ganas de cachondeo tanta unción clerical a estas alturas * y perdone que hable de religión, pero es una licencia poética como las de usted.

Elvire dijo...

Diderot y Stendhal, MM, you are flattering me, dear! Sólo le ha faltado Voltaire, a quien llego a parecerme físicamente cuando me río y se me dispara la barbilla hacia adelante. Me alegra saber que usted tampoco es de los de Balzac, como yo. Gracias, amigo parisino.

Robespierre dijo...

A mi me a producido un efecto un tanto ...

estrella dijo...

Manuel y Robespierre, siento que me quereis castigar. Sepa dios por que. Seran imaginaciones, no?

Pues hala, no dejo acentos para ninguno de los dos.

Elvira dijo...

¿Robespierre por estos lares? ¿Qué le ha producido? ¿Qué cosa se lo ha producido? Me deja usted en ascuas.

amalia dijo...

Elvira, el déjà dit puede ser porque nos contaste esa anécdota (la de la cacerola) en nuestro encuentro!