jueves, 4 de agosto de 2011

Las cosas que valen la pena exigen su esfuerzo y atención



Bajo los tilos

 Al fin me han arreglado la vieja Nikon. Abrigaba la esperanza de que no mereciera la pena hacerlo porque su pantalla es pequeña para mis ojos cegatos, aunque sospecho que -de haber sido así- pasaría mucho tiempo antes de comprarme otra, ahora que han bajado tanto de precio. No está el horno.
Me dijo el arreglador de máquinas fotográficas que se trata de un ejemplar de magníficas lentes (él dijo otra palabra que no encuentro y que me gusta más) y que, aunque el arreglo subía a 80 luros, me valía la pena. Así que le hice caso: adios al sueño de tener una cámara más pequeña pero con pantalla grandota.
Les pongo aquí una de las primeras fotos con la Nikon buena. Es un estanquito de agua potable del molino, al que se asoma un tilo que nació por su cuenta y riesgo -seguramente, plantado por los mirlos- hace unos pocos años. Su copa ahora se eleva más de dos metros y medio, quizás tres, y da una buena cantidad de tila, cuyo perfume resulta balsámico y tonificante a la vez. Me gustaría ponerles una foto de la tila seca, amontonada en el suelo, pero dudo que consiga hacerlo sin ayuda. Claro que siempre puedo pedir auxilio a una buena estrella que me acompaña en la distancia.




El arreglador de máquinas fotográficas es un personaje. Aficionado con pasión a la fotografía y a la observación del firmamento, hace fotos a las llamaradas del sol o a Orión si se pone a tiro. Me pidió que le esperara unos minutos, si no tenía prisa, ya que a esa precisa hora podría fotografiar a Venus antes de que la luz bajara demasiado. Aproveché que no llevaba dinero para buscar un cajero y asaltar mi cuenta corriente. También compré unas pastas de Valladolid en el colmado de cerca de Trafalgar, que tiene dulces de pueblo muy ricos y, de paso, envié una perdida a mi amiga Pilar, que vive cerca. Me contestó y subía a su casa a tomar un té de flor de Jamaica; me encanmta cómo lo hace.
A la vuelta, ya estaba el fotógrafo en su taller. Tiene el establecimiento -una casa vieja y limpia, a la que se accede bajando unos cuantos escalones, para sumirse en un espacio donde cámaras de distintos tipos y épocas tapizan las paredes, donde la madera y el vidrio abundan y un cálido silencio lo llena todo- un aire de cubículo privado de Merlín. Me sentía un ser privilegiado por estar allí charlando con ese hombre que tanto sabe y tan entusiasta es.
Me enseñó unas fotos que había tomado del sol unos días antes: pudo aumentar un detalle de las llamas que casi quemaban. Le detectamos unos lunares al sol: "Se está haciendo viejo", me aclaró. Y recordé, de pronto, la lección del libro de Geografía de primero de bachillerato en el que se hablaba de esas cosas. 
De modo que si tienen que arregalr una cámara, no duden en preguntarme a qué mago enviarla, en la capital de España. Les dejo este enlace porque la foto puede ampliarse y ver una parte del lugar.


5 comentarios:

estrella dijo...

Qué agradable experiencia. Aquí sería imposible encontrar a alguien así: las cámaras y todo cacharro electrónico se tira cuando se rompe porque cuesta más arreglarlo que comprar otro mejor. La tila?... se compra empaquetada.
Hala, a hacer más foto!

Anónimo dijo...

pinchen en la tila que esta muy rica.

Elvi dijo...

Nos estamos perdiendo la vida, estrella; antiguamente sabían emplear el tiempo mejor que nosotros. Aunque las muelas dolían más, eso sí.

Anónimo dijo...

San Google me ha llevado hasta tu blog. Me ha gustado y pienso seguirte.
Gracias!
Belén

Elvi dijo...

Más gracias a ti, Belén; procuraré ser más diligente con el blog en tu honor también.