viernes, 30 de octubre de 2009

Todo listo para el final


*************** Geraldine Chaplin en "La isla interior", de Félix Sabroso y Dunia Ayuso.***************
Así es, amigos, llega el momento de acabar, el de decir cuáles son las películas ganadoras en las distintas secciones de la Seminci. Lo que me ha traído a mí a Valladolid es la creación del premio a la diversidad cultural, así que hay que decir qué realizadora (porque tengo la corazonada de que va a ser mujer) ha plasmado mejor esa diversidad que nos atraviesa en este mundo. Que nos sorprende y deja perplejos muchas veces. Las películas que han sido estudiadas han salido todas de la Sección Oficial, todas han sido vistas en el teatro Calderón, magnífico y confortable. Le Hérisson, de Mona Achache (curiosamente, nieta de Monique Lange), I skoni tou chronou, de Theo Angelopoulos, Amreeka, de Cherien Dabis, Lille Soldat, de Annette K. Olesen, Casanegra, de Nour-Eddine Lakhmari, Adam, de Max Mayer, Honeymoons, de Goran Paskalijevic, The girlfriend experience, de Steven Soderbergh, Cooking with Stella, de Dilip Mehta... En fin, muchas otras que se pueden consultar en el vasto programa del festival. El sábado se sabrán oficialmente los nombres de los ganadores. Yo ya tengo los míos pero no pretendo influir sobre nadie de modo que me los guardo. Ha habido pateo a la película de Vicente Aranda y de alguno más, pero el público y los críticos se han portado pacientemente bien. Yo he aprendido a ser paciente también y a tragarme películas enteras cuando ya sabía que me aburrían a los diez minutos de comenzar y que el metraje se eternizaba en más de dos horas. Lo bonito ha sido encontrar a lo más ilustre de la vida mundana española, como Javier Rioyo, por ejemplo. Y Cristina Andreu, Ana Díez, Chus Gutiérrez, Julio Llamazares, que presentaba un documental (Eloxio da distancia) con Felipe Vega, Alcira, angel de actrices y antigua vecina en la Torre de Madrid, Patricia Ferreira que nos ha dejado ver su sabroso documental Señora de, o Javier Tolentino que, mientras esto escribo está acabando su programa "El séptimo vicio" de RNE, en directo, e invitando a tarta de cumpleaños: lleva 10 años confesando vicios de cinéfilo por la radio. Y pasear por Valladolid, villa ilustre y civilizada como pocas. Donde, en semanas como ésta, te colocan sobre una brillante, espléndida, cálida y soberbia alfombra roja, en medio de aplausos y vítores, aunque no seas Irene Papas . Esto se acaba, amigos, y ya quiero volver.
*******************************Foto: Nacho Carretero****************************








domingo, 25 de octubre de 2009

¡VIVA LA SEMINCI!



La foto que ilumina esta entrada debería ser otra, pero es que no llegó a hacerla nadie y por eso , el cartel de la Seminci . No íbamos avisados –culpa de nadie, que conste, sino más bien consecuencia lógica de nuestra vida asilvestrada en las montañas de Prades- cuando un coche de la Organización nos condujo al teatro Calderón, sede principal del festival, a dos pasos de nuestro hotel. Yo iba con mi indumentaria de viaje (tampoco vayan a creerse que llevara algo mucho más chimichurri en la maleta). Ludwig se había puesto, al menos, la corbata de Miró que le regalé hace mil años. Todo sucedió muy deprisa, deprisa (que diría el Saura homenajeado aquí), de modo que me habría gustado mucho ver mi cara de sorpresa (ví la de L) al pisar la enorme y brillante alfombra roja que sirve de camino a las rutilantes estrellas del celuloide. Aplausos, vítores y saludos, mano alzada, que iban por nosotros. Demontre, éramos los primeros y la gente que abarrotaba la escena del crimen estaba ya hasta la mismísima coronilla de esperar, en pie en plena calle, plantados detrás de las vallas de protección. Gritos y vítores, aplausos… y nosotros mirando en derredor con la esperanza de ver a los merecedores de tal salva. Visto que nadie más estaba sobre la alfombra, avanzamos, valientes, con paso decidido: L con cara de póquer, como si llevara toda la vida soportando el peso de la púrpura. Yo decidí que tenía que corresponder a tan generosa bienvenida, de modo que me puse a saludar levantando el brazo unos tres metros hacia el cielo castellano y aleteando la mano a diestro y siniestro con gran sonrisa que, en realidad, era una carcajada contenida de lo ridícula que me sentía. ¡Lo que habrían disfrutado mis antaño múltiples enemigos de haberlo visto! Luego fueron llegando los actores de esta obra teatral: Carlos Saura, Carmen Maura, por ejemplo. Ettore Scola (La famiglia, Una giornata particolare… deliciosas), Mona Achache (Le hérisson, muy recomendable) y muchos otros cuyos nombres no resultan llamativos pero cuyo trabajo se está viendo, expuesto a los ojos críticos del jurado y del público. La Seminci no va de relumbrón y glamour como van Cannes y San Sebastián. Va de cine.

La Seminci y Valladolid hace más de medio siglo que viven una bella historia. La ciudad castellana toma aires de saludable cinefilia, si me permiten el oxímoron, y empuja a tirios y troyanos a entrar compulsivamente en las once salas de proyección, repartidas por la ciudad pero unidas por un hilo invisible de los buenos rastreadores de films y por otro muy evidente en forma de alfombra roja llena de boquitas pintadas, que diría Manuel Puig, dispuestas a un beso, emblema de la seminci desde hace unos años. Seguiremos informando.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El viejo castaño está soltando sus frutos, este año mucho más ricos y de un tamaño descomunal. Los he recogido pero no han caído del todo, osea que hay que volver una y otra vez a recoger las castañas que van quedando en el suelo, sobre la hierba. Como han salido tan buenas este año se las he llevado al frutero del pueblo. Es un frutero culto y cauto. Ha leído el Ulises y ahora se ha hecho también lector de LG. Pero no quiere que le regale las castañas. Cuando se las llevé, ayer mismo, alegó que había rechazado una partida de gallegas que le había traído el Abdón porque se le agusanaban todas, me dijo, y nadie las quiere comprar. Las vende a 4 leuros y pico. Yo le alabé las cualidades de mis castañas: no había más que verlas, brillantes, frescas, de un marrón subido en rojos. Preciosas y, encima, ricas. Entonces, él (aún no sé su nombre) las pesó, resignado ante mi insistencia, para darme un precio. Pero me adelanté asegurándole que no se trataba de eso, que yo no quería que me pagara, que sólo quería darme el gusto de traerle unas castañas que yo misma había cosechado. Evité decirle que le admiraba y que por eso, para no abochornarle ni enrojecer yo tampoco. Entonces me rogó que cogiera algo de la tienda a cambio. Miel de romero de la Conca de Barberá. De las montañas de Prades. Y así lo hice.
Lo que me gusta del frutero del pueblo es que no parece que estés en una tienda de pueblo cuando franqueas su puerta. No de este tiempo, al menos. Nada tiene que ver ese espacio con los espacios modernos. Parece que volaras a otro tiempo más lento, amable. Un tiempo en que se valoraban más la conversación y las cosas bien hechas, con calma. Con amor. Siempre está solo, leyendo o echando las cuentas del día, ya en la anochecida. Y la luz de la tienda y el silencio parecen sus cómplices y no simplemente elementos yertos. LG lo ha dicho en algún sitio: el frutero del pueblo es de los mejores lectores que ha conocido, críticos incluidos. Y no me extraña nada.

viernes, 16 de octubre de 2009

El alma se serena


Hace muchos muchos años, cuando aún tenía deberes que terminar a la caída de la tarde, después de la merienda, cuando el cielo toledano se oscurecía haciendo rojos y grises, turquesas y violetas por entre torres de conventos y cipreses -"Nubes, fulgores, transparencias; no rojo ni topacio ni celeste, crepúsculo inestable" (Luis Goytisolo: Antagonía)- había un programa en la tele restringida de mi infancia llamado El alma se serena que, creo, cerraba la emisión de TVE. No había tantas cadenas en las que elegir entre la vulgaridad y el exabrupto, la ordinariez y la macarrada; la prosa vomitiva de nuestros días. Había lo que había y ya estaba. ¿No te gusta la sopa? Pues toma dos platos. Posiblemente porque mi tiempo juvenil me encanta contemplo aquella televisión con cierta benevolencia. Ni de lejos me parecía aquello tan embrutecedor como lo de ahora.

¿Por dónde iba yo? Ah, sí. La sintonía de ese espacio televisivo que presentaba un jesuita (alejen de mí afinidad alguna, más que nada para que no se llamen ustedes a engaño) era evocadora, sugerente. No podría tararearla ahora porque no me acuerdo de ella y, desde luego, no tengo idea de a qué pieza o a qué autor pertenecía. Sí, que contribuía con el titulo (¿los "tags" del titulo, se diría aquí?): alma, serena... a apaciguar mi inquieta mente. Me inducía a respirar profunda y lentamente para recobrar el aliento y prepararme para ir a dormir.

El silencio es una música celestial, sublime. La contemplación de mi madre, callada, aquietada por la enfermedad, resignada al fin a sus efectos devastadores, pero alerta, sensible, consciente del aire que le rodea la piel, de la amenaza incansable de la vida, del bullicio, del amor, de la barbarie... me sume en un escenario raro, silencioso, potente. Verdadero. Sin adornos ni paliativos. Día a día, una tarde después de otra, infinita, idéntica a la anterior. Puedo escuchar el paso de los minutos, la respiración del tiempo. El alma se serena cuando convive con la muerte cada día. Nada de efectos gore de ordenador, ni sangre repulsiva ni gritos desgarradores. Lo más impresionante de la vida, como de la muerte, llega en silencio, imperceptiblemente, sonriendo de modo transparente, invisible casi. Y se va igual: despacio, desvaneciendo la mirada y la imagen. Un velo de tul medusa, blando y blanquecino, cubriendo el escenario. Un temblor de escalofrío producido por el deseo de dormir, dormir como un bebé, sin interrupción ni sobresaltos. Sin tiempo.

Y el alma se serena.