jueves, 27 de agosto de 2009

big fish



Ese año estudiaba un postgrado de periodismo en la universidad de Toledo, Ohio. No recuerdo por qué -supongo que tenía que consultarle algo de la clase de Newswriting- recabé en la oficina del profesor Ted (¡Dios! ¿Cómo he podido olvidar su apellido?) Whatever. El curso estaba a punto de finalizar y yo ya preparaba la maleta para el regreso a España, aunque antes pensaba pisar varios lugares anhelados del Este: Cape Cod, Boston, NYC... A pesar de mi nula intención de ir por ahí messing around lo cierto es que este profesor y yo coincidimos en varios sitios y simpatizábamos; eso se notaba. A mí él me encantaba, la verdad, pero me daba la tímida al verle. Con todo, le había aceptado alguna invitación informal, a pie de máquina de la biblioteca: "Come, Elvira: I'll buy you a coffee". Nada importante, desde luego. A mediados de diciembre, el profesor de "Language and Behaviour", un indio simpatiquísimo y ligón, bastante guaperas, Indu Sighn, nos invitó a su fiesta de "Christmas Pre warm", creo que la llamó. Recuerdo lo escandalizado que estaba Ted ante la noticia de que el gobierno español hubiera legalizado al PCE y el nerviosismo con que me decía: "Pero, tú no pensarás regresar, ¿verdad? Ahora habrá otra guerra en España por culpa de los comunistas". Yo traté de tranquilizarle, sin éxito, imagino, asegurándole que los comunistas ya no eran como esos que aparecían en las películas de propaganda política y que mostraban a una luminosa y alegre América frente a la vieja y corrupta Europa, como nos enseñaban en clase de "Politics" or whatever. ¡Qué bien estuvo esa fiesta de precalentamiento de Navidad!
Pero, lo que yo andaba contando es que, al llegar a la oficina del profe de Newswriting, ¡Ted Joseph, así se llamaba (y, espero, se llame)! del que probablemente sólo pensaba despedirme, me encontré con una nota pegada en el cristal de su puerta:"Gone fishing" Encontraba muy gracioso el aviso, pero me entristecía la idea de marcharme sin verle antes, de modo que le dejé un billete (como se decía en Mme. Bovary) deseándole buena suerte en la vida y le aseguré que me apenaba no poder despedirme de él personalmente. Un par de días después, me llegó -no sé cómo demonios- una cartita suya al buzón de casa. Una nota breve y simpática que aún sé de memoria porque me anduvo rondando mucho tiempo: "Had I caught you instead of that 25 pounds perch, life could have been different; but such is life!"

TJ me había sugerido alguna vez que me fuera a trabajar al Chicago Tribune, donde él colaboraba, porque yo era smart y qué demonios iba a hacer alguien como yo en un país como España donde, por si fuera poco, aceptaban comunistas en la vida política. ¡Cuántas veces he pensado qué habría sido de mi vida si hubiera aceptado esa oferta y si hubiera propiciado mi captura por el gran TJfisher! But, such is life.
(Dedicado a A)

viernes, 21 de agosto de 2009

Tiempo de vendimia



El calor de este año ha precipitado la vendimia, qué raro, todavía en agosto. Será verdad que estamos ante el cambio de un ciclo por otro, una glaciación que vendrá después de estos calores inmensos. El caso es que las máquinas monstruosas de los campos de Codorniú han comenzado su bronca cantinela nocturna (así la uva no sufre el calor al ser cortada), repasando una vez y luego otra los surcos repeinados de la campiña. Los tractores que se encargan de esa tarea son, como digo, enormes. Aunque raro, puedes encontrarlos en la carretera, de madrugada, cuando regresan de su trabajo. Miden, qué sé yo, cuatro metros de alto o más, y llevan una especie de diabólica dentadura vertical encargada de comerse los racimos para enviarlos a la trituradora. ¡Qué cosas! Me acuerdo de cuando era estudiante y me fui a vendimiar a Alcázar de San Juan, Ciudad Real, con otros amigos. Teníamos 17 años. Los "amos", Mikaela, Miguel y José Luis, el mayor: gente seria de Castilla, de muy buen aspecto campesino, con dinero, nos enseñaron que no valía hincar la rodilla para cortar los racimos, sino que había que doblar el espinazo, quebrar la bisagra, apechugar con la tarea de manera valiente, cantando si es preciso, como hacía una cuadrilla de gitanos que faenaba en un campo cercano: primero, muy alegres, cantaban todas las tonadillas; al mediodía ya sólo les salían resoplidos y algún improperio contra los tábanos. Usábamos navaja curva y recia, de vendimiar. Ahora, cuando van a mano, llevan tijera; no hay color. La navaja requería pericia y maestría que se iba consiguiendo después de un tiempo y unos cuantos callos en las palmas. Mikaela quería casarme con Miguel, su hermano menor. Se ve que le gusté, cualquiera sabe qué pasó por su cabeza. Mi jergón llevaba sábanas, era el único. Y me arropaba por la noche para desearme felices sueños, ante la mirada de pasmo de mis compañeros, hundidos en sus picajosos jergones de paja de maíz.
Pero, un momento: ¿por qué estoy contando esto? Si sólo quería decirles que me resulta melancólico el tiempo de vendimia. La linda uva que cuelga entre pámpanos y sarmientos, sonriendo al sol de la mañana, indiferente a mis cuitas de paseante apresurada, camino de mi molino desde donde les escribo esta carta. Melancolía de los almuerzos, a las diez de la mañana, hambrientos ya por el trabajo empezado a las seis, de torreznos y gachas, de sardinas arenques y pan tierno, de pueblo, rico, rico, rico... Ahora que lo pienso, ni vendimia ni flores: debe de ser melancolía de los 17.