viernes, 25 de noviembre de 2011

Es un cielo Madrid, y sonríe

Palacio de Cristal, en El Retiro
Querido Molino:

te escribo desde Madrid. Estoy en un hotel de la Gran Vía y, aunque la calle es ruidosa, las ventanas de mi habitación paran el bullicio para que no me moleste. Está genial Madrid, tan animada, tan incansable. Como hormigas, la gente no para quieta en su deambular presuroso para hacer recados, llegar a tiempo a una reunión, buscar la salida más conveniente del metro, preguntar por alguna dirección. Cuando cae la noche y se enfría la calle, iluminan Madrid las caras de los que quieren tomar una copa entre amigos o ver una buena película, asistir a una obra de teatro, en algún teatrito de los cientos que ocupan los rincones más ocultos, algún concierto, un recital de poesía, tal vez. Madrid se despliega en una enorme explanada que ofrece -como en el Rastro al que cantaba Patxi Andion- lo que quiera cada cual.
Esperando el metro cuando la huelga
Me gusta Madrid, donde el tópico de ciudad abierta se ajusta como un guante a la realidad, donde nadie te mira para incomodarte, donde quizás puedan pisarte el pie, sin querer, pero ya vuelven a pedir perdón, ofrecer el asiento en el metro, ceder el paso de una puerta... Y no a un señor mayor sino a cualquiera, a un chico de cresta, también.
No creas que debas sentirte celoso por lo que te cuento, Molinillo. Tú eres tan bonito que no se trata de hacer comparaciones. Solamente quería que supieras que Madrid me trata bien, me acoge y me ofrece una cara sonriente y esperanzadora. Nos viene bien eso, Molino, a ti y a mí. Por eso es bueno que lo sepas.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Al fin, la lluvia


Llueve sobre el estanque

El Molino bebe por fin el agua anhelada desde hace meses. Los kois saltan de un lado a otro del estanque de pura alegría. No ha sido mucha lluvia: han caído centenares de litros por todas partes pero aquí, apenas unas cuantas decenas. No importa; el Molino no es avaricioso, por eso ahora se siente tan feliz. Por la misma razón le ha dejado indiferente el debate acartonado que prepararon políticos y periodistas el lunes, 7 de noviembre, en televisión, muy al gusto norteamericano pero sin la brasa de los yanquis y con una puesta en escena pretenciosa y distante. Despilfarradora y fea.


Roca sobre azúl


Manca finezza en España para todo. Sin embargo, el Molino flota por encima de esa prosa malsonante de la carrera por el control de la miseria española. Es ligero como una pluma de golondrina. Cuando necesito liberarme del fardo que me machaca la espalda y me aplasta el corazón, me gusta escapar al Molino para que me contagie ese aire ajeno al plomo y al azufre que nos invade.
Es como abrir los ensayos de Montaigne, leer un poema de Antonio Machado, ver Qué bello es vivir o escuchar un aria de Mozart. La belleza está expuesta siempre a los ojos que saben mirar y a los oídos que escuchan con el corazón. Pero el empeño gigante de los aplastadores que pagan mal el trabajo, como en China; que rascan avariciosamente los bolsillos de los pobres para engordar sus panzas millonarias, como hace Alemania cuya deuda -superior a la española- la hace pagar al 1 por ciento (frente al 18 por ciento de la deuda griega).


El salto del Molino

Pero dejemos esto que suena inevitablemente a demagogia. Hasta en eso nos la tienen ganada.  La palabra, retorcida por pillos y sinvergüenzas. ¿Quién ha dado permiso para que sólo puedan dar la brasa los PP y los PSOE? ¿Dónde han preguntado al puto pueblo soberano si eso es decente? Seguiré votando fuera de la norma, desde luego. Les dejo estas fotografías del Molino para que se relajen.