lunes, 27 de agosto de 2012

Corría el año de 1978 y yo me encontraba en Ohio, como estudiante de intercambio en la Universidad de Toledo. Se empeñaron en que lo conociera a pesar de que me producía algo de vergüenza ir con ellas. Tuve que acceder.¡Era un honor! El no accede fácilmente a estas entrevistas. Muchos quieren conocerle, verle, estrechar su mano. Me convencieron. No aceptar habría sido una descortesía morrocotuda. Con que, allá que fui, una vez engalanada con alguna falda presentable que aún cupiera en un cuerpo asombrosamente engrandecido de hechuras gracias a los deliciosos helados de mantecado con almendras y a la indescriptiblemente adictiva mantequilla de cacahuete, una delicia vegana.
En menos de veinte minutos, atravesando un delicioso parque de arces de cuyo nombre -maldita sea- me he olvidado, llegamos a su casa. Ding dong, y tras breve espera, allí estaba él. Abrió la puerta mostrando una de sus mejores sonrisas. Dientes blanquísimos, ojos tan claros que parecían de extraterrestre. Neil Armstrong en persona. Una velada inolvidable. Charlar con el hombre que pisó  la luna fue casi como estar en ella ( con la de veces que me habían dicho, de niña, que yo andaba siempre por el susodicho satélite terrestre) . ¡Lastima -¿verdad?- que no haya foto de ese encuentro! Tenía 48 años. El; yo, muchos menos.

lunes, 13 de agosto de 2012

Van creciendo los melones "piel de sapo"
Tarde perezosa de agosto. Fuera calienta el sol y empieza a levantarse un airecillo compasivo que parece querer calmar al ferragosto feroz. Suena Erik Satie en el tocadiscos patata que tengo sobre el alféizar de la ventana. He comido demasiadas avellanas tostadas y ahora me pesa el estómago y la conciencia. Pero, gracias a las notas de las gymnopedies me siento leve, ligera la carga de mi ser y estar sobre la tierra. ¿Cómo será -si es que es- estar debajo? Entonces, va el pianista y ataca una gnosianne. Y vuelve la sonrisa. Mientras tanto, ahí afuera, las ramas de la truhana se mecen por el viento. No va a haberla, pero sería perfecto que hubiera tormenta. A propósito, ¿no son acaso preciosos mis pepinos?