Estoy leyendo un libro de Julian Barnes (en la foto, con su hermano mayor y su bisabuelo): "Nada que temer", lo han traducido. El británico trata de acercarse a la muerte para ver si se le quita el miedo. Su tesis es que los creyentes, a pesar del consuelo de creer, tienen más miedo que los agnósticos. Pero, cuando parece muy seguro de esto, se le atraviesa una duda, ¿y si aunque seas agnóstico la muerte te aterra? El tono del libro, a pesar de todo, es humorístico en el muy clásico estilo ingles que me encanta. Debiera ser menos perezosa y leerlo en inglés, de hecho. Pero soy tan perezosa...Barnes parte de una frase que se le ocurrió un día y que mostró a su hermano para saber su opinión: "No creo en Dios pero le echo de menos". El hermano, dotado de un claro sentido práctico, le soltó que le parecía una chorrada como una casa. Resulta divertido leer las digresiones que se le ocurren a Julian con las salidas de tono de su hermano. Qué bien lo cuenta. Seguiré con el libro, aunque cuando lo tomo, por la noche, arrebujada en la cama, me dura solamente un par de páginas. Y así no hay quien avance.
Por el momento, lo que sé es que el humor de Julian Barnes me gusta más que el de David Lodge. Me parece más familiar. Atrás, muy atrás, quedan las risas que me producía el viejo Wodehouse. Y, curioso, no le pillado la gracia a Tom Sharpe, quien, por cierto, tampoco encontró gracioso el apagón de hace semanas en Cataluña, donde vive desde hace años. Y se hizo oír a pleno pulmón. Debe andar ahora escribiendo otra de sus sátiras escatológicas a cuenta del asunto. Esa no me la pierdo. No sigo más porque no puedo: Kenia acaba de acomodar su cabecita en mi mano derecha y se vuelve muy difícil continuar.
Que los dioses les sean propicios.
